Dulce jueves

Monos

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Los más jóvenes no lo sabrán, y les parecerá extraño, pero hubo un tiempo en que unas vallas metálicas separaban a los espectadores de los terrenos de juego en todos los campos de fútbol. Era obligatorio y sólo se admitía una alternativa: foso que amenazaba con tragarse a cualquier espectador exaltado que se propusiera saltarlo. Aunque nadie intentaba saltar la barrera, tanto espectadores como jugadores trepaban por ella para encararse en los momentos de celebración. Los aficionados de las localidades más bajas estaban condenados a ver el partido a través de los barrotes de la jaula. En los años 80 a quien se trataba como monos era a los espectadores.

Era una medida de seguridad ideada para impedir las invasiones de campo y proteger a los futbolistas y los árbitros de linchamientos, tal como ocurría de vez en cuando. Entonces también había entre el público locos, energúmenos, racistas... En todos los estadios. Incluso en el Bernabéu. En 1976 un hincha saltó al campo y tumbó al árbitro de un puñetazo por no pitar un penalti de un defensa del Bayern a Santillana. Debido al incidente el Madrid fue sancionado con un año sin jugar en Europa, aunque finalmente el castigo quedó reducido a dos partidos de cierre del estadio. Incidentes violentos similares ocurrieron en todo el mundo y era habitual la imagen de un árbitro corriendo hacia el vestuario bajo un aluvión de almohadillas.

La sustitución de las vallas por los fosos fue un avance de la civilización, aunque modesto, pues seguía teniendo algo de humillante. Después vinieron nuevos pasos hacia el progreso: gradas de asiento, nuevas salidas y vomitorios, planes de evacuación, agentes de seguridad, etc. Episodios trágicos como los de Heysel, donde murieron casi cien personas aplastadas contra las vallas en una avalancha, no han vuelto a repetirse. Ir al fútbol dejó de ser una aventura peligrosa y empezó a convertirse en un espectáculo tolerado para menores. Pero quizá fue un espejismo y estamos sufriendo una regresión. Cualquiera que haya tenido la experiencia de llevar por primera vez a un niño a ver un partido habrá comprobado que la reacción más común es salir asustado. Les resulta mucho más fascinante observar el comportamiento de los espectadores que seguir el juego.

Ha disminuido la violencia física, pero no la verbal. Al parecer hay quien está descubriendo estos días que el fútbol es un espectáculo de masas y que la masa, por definición, es irracional, salvaje, habitualmente incivilizada. Son las pasiones las que sostienen este espectáculo, y no una gran pasión o dos, sino todas juntas. El amor y el odio van unidos en el fútbol, no existe uno sin el otro, se alimentan mutuamente. Se necesita mucho control emocional para salir indemne de esa batalla interior. Cuando el amor está en peligro, todo se concentra en el odio. Así se vive el fútbol y no lo entenderá quien no lo siente así. Por eso solo se erradicará la violencia del fútbol cuando se erradique la mala educación, la grosería, la idiotez, la maldad. Es decir, nunca. Podrás enjaular a los monos, pero encontrarán la forma de sentirse a sus anchas en la jaula.

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