Luces de la ciudad

Me parto de prisa

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Que la sociedad en la que vivimos es una sociedad extremadamente acelerada es algo incuestionable. Nuestra vida se desarrolla a una velocidad vertiginosa: el trabajo, la familia (y si hay niños…), la casa, el ocio…, siempre con la impresión de que faltan horas al día. Todo a la vez en todas partes o como vivir al borde del abismo.

Afortunadamente, yo, a esta altura de la película, ya no suelo tener prisa casi por nada. Me refiero en concreto a esa prisa que consigue mantenerte en un estado de estrés permanente, con la sensación de llegar siempre tarde a todos sitios, de querer que todo esté hecho al instante, de intentar acabar rápido las cosas para empezar con otras nuevas, o si la paciencia se agota, de hacer varias a la vez, en definitiva, esa prisa que libra una lucha encarnizada contra el tiempo.

Pero que no me prodigue ya en este tipo de prisa no significa que me guste perder el tiempo, como algunos piensan que ocurre si no llevas un ritmo de vida determinado. Tampoco creo que la falta de prisa tenga que suponer obligatoriamente una ralentización sistemática de las actividades. Simplemente considero que hacer bien las cosas es incompatible con el nerviosismo y la ansiedad que genera la prisa y que, por tanto, para evitar errores, lo mejor, sin duda, es hacer las cosas con calma, haciendo mía la célebre frase «vísteme despacio que tengo prisa» con la que sus supuestos autores: Napoleón, Fernando VII o Carlos III podían estar parafraseando al emperador romano Augusto, quien decía a sus sirvientes: «apresúrate lentamente».

A pesar de todo, hay prisas y prisas, y nadie estamos totalmente libres de sucumbir ante esta necesidad o deseo de la urgencia, sobre todo en casos concretos basados mayoritariamente en hechos cotidianos

Cuando se acerca la hora de enviar el artículo y no está acabado, nos vienen las prisas. Cuando llegamos tarde a una cita porque no hemos previsto el tráfico, nos vienen las prisas. Cuando nos toca delante un lento imposible de adelantar, nos vienen las prisas. Cuando nos da un apretón, entonces, para que las prisas. Esto sí que es un motivo de peso para tener prisa, y mucha, pero para buscar rápidamente el baño más cercano.

Aún asumiendo como algo generalizado todas estas incidencias comunes y habituales, hay quienes se empeñan en que su modus operandi sea vivir deprisa, deprisa, incluso conscientes de que las prisas no son buenas consejeras. Puede que algún día tengan que darse prisa en serio, pero en este caso para llegar a tiempo al hospital. Lo digo por eso del corazón y tal… Al menos así lo indican algunos estudios realizados sobre la enfermedad de la prisa, una patología no reconocida clínicamente, pero que, por lo visto, según los cardiólogos Meyer Friedman y Ray Rosenman «tiene una correlación mucho más estrecha con la incidencia de enfermedades cardíacas que otras causas sospechadas, como una dieta inadecuada, el tabaquismo o la falta de ejercicio».

La verdad es que solo basta con sentarte en una terraza unos minutos a observar a la gente pasar, para comprobar que la mayoría está infectada por este virus del apremio que asola sin compasión a gran parte de la humanidad, bueno, puede que con esto último me haya pasado un pelín, porque igual a algunos, les ocurre como a Stravinski, que, según sus propias declaraciones, nunca tenía prisa porque nunca tenía tiempo.