El Prisma

Con el punto de mira en las elecciones: a medida del líder

Pablo Molina

Pablo Molina

La confección de las listas de los partidos para concurrir a las elecciones es uno de los momentos críticos que ocurren cada cuatro años en el seno de esas organizaciones, porque de la inclusión o no en ese selecto listado y del lugar de prelación en el mismo depende acceder a la nómina pública o mantener la existente, ahí es nada.

Esa circunstancia debería ser anecdótica si la política fuera una dedicación senatorial para personas meritorias tras una vida profesional larga y fecunda, pero en la democracia actual, dirigida por ninis que han hecho de la política su único medio de vida, entrar o no en la lista de turno tiene una trascendencia definitiva porque hay miles de personas cuyo futuro vital depende de ello.

Con la publicación de las listas de los partidos para las elecciones da inicio el ciclo electoral al que estamos invitados cada cuatro años. Es la llamada fiesta de la democracia, una conmemoración importante para todos, pero sobre todo para los que participan en ella como sujetos agentes, llamados a ostentar las más diversas magistraturas públicas en función de su capacidad para concitar el apoyo del pueblo.

Nuestro sistema electoral deja en manos de los partidos políticos la decisión de quién va a ocupar un puesto en las instituciones. Las listas cerradas y bloqueadas que se someten a nuestro escrutinio impiden que sean los ciudadanos los que decidan con su voto a dónde va cada cual.

Imaginemos que en estas próximas elecciones autonómicas y municipales, los votantes pudiéramos elegir libremente de entre los aspirantes a concejales y diputados autonómicos aquellos nombres que nos sugieran más confianza, sin tener en cuenta el orden en que aparezcan en cada papeleta. Se podría dar así la circunstancia de que el número cuatro de un partido fuera el político más votado de una candidatura, por encima incluso del jefe de filas, con todo lo que eso llevaría consigo. Sensu contrario, podría ocurrir también que los amigos del líder y sus personas de más confianza no obtuvieran los votos necesarios para convertirse en diputados, una situación también muy sugestiva que dejaría patente la fuerza del voto popular.

Por fortuna para los que manejan el cotarro, nada de esto puede ocurrir en nuestro caso. Las listas las deciden los partidos y el voto se entrega únicamente a las siglas, sin capacidad de señalar ningún aspecto más.

Por eso las papeletas de los partidos aparecen repletas de personajes que no han hecho otra cosa en su vida que medrar en su partido, otros que han demostrado a lo largo de su vida una incompetencia solo equiparable a su capacidad de adulación y algunos más que han hecho de la genuflexión su postura corporal habitual. Y no se trata de señalar a un partido u otro, porque estamos ante un fenómeno transversal.

¿Quiénes van en las candidaturas del próximo 28-M? Pues fundamentalmente personas de confianza del partido y personajes con cierto tirón popular, aunque jamás hayan manejado un presupuesto público o puesto en marcha un proyecto financiado con fondos del erario. De esas cosas ya se encargan los que saben en el partido.

El papel de los figurantes es trincar el escaño, pulsar el botoncito que indique el portavoz en las votaciones, cobrar a final de mes y hablar únicamente cuándo se les pregunte, para responder lo que previamente se les ha indicado.

Lo menos que se debería exigir es que sepan hablar correctamente español, una habilidad que no es nada frecuente por estos predios. Tampoco es pedir tanto. Es solo cuestión de practicar.

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