Jodido pero contento

El pasado imperial nos pasa factura a todos

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard.

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Si hay algo especialmente deprimente para los 50 países occidentales que se reúnen hoy en Alemania para aprobar mayores ayudas a Ucrania, es comprobar la deslealtad de grandes países que consideramos aliados y que reciben con alfombra roja nada menos que al ministro de exteriores de Rusia, un país que ha invadido a su vecino intentando anexionarse parte de su territorio y de paso causando incontables bajas y sufrimientos a la población civil. Grandes países como India, Brasil o Sudáfrica, de los que esperábamos una actitud totalmente diferente. Los tres, junto con China y Rusia, forman parte de ese grupo de países que con tanto éxito bautizó con el acrónimo BRICS el economista norteamericano Jim O´Neil que trabajaba en ese momento para el banco Goldman Sachs.

Una cosa es que burdas autocracias, aisladas casi por completo del resto del mundo desarrollado, como Corea del Norte, Irán, SIRIA Venezuela, Nicaragua o Cuba (y para de contar) respalden con entusiasmo al oso ruso y a su ejército de orcos, esperando recoger los beneficios del emergente eje euroasiático y otra que democracias homologables y con fuertes intereses comerciales en su relación con Occidente se atrevan a desafiar con tal descaro las consignas que buscan aislar y castigar un país invasor. Está claro a estas alturas que la injustificable agresión rusa ha logrado unir como nunca a una alianza occidental formada por la OTAN propiamente, con sus treinta países miembros, y otras democracias desarrolladas como Australia y Japón que se han agregado a la organización noratlántica para apoyar con armas y todo tipo de recursos materiales y logísticos a Ucrania, el país invadido por Rusia y que intenta defenderse y recuperar la integridad territorial con todos los medios a su disposición. Pero tan claro como ese resurgir del Occidente geopolítico está el resurgimiento del concepto de no alineación entre países de los que no esperábamos ese posicionamiento ante una agresión tan flagrante y opuesto a la ley internacional. No lo esperábamos en el caso de la India, simplemente porque el gran aliado de Rusia en este conflicto (aunque respetando las líneas rojas de Occidente para no perjudicar su desempeño económico) que es China es su principal enemigo estratégico, justo por detrás pero no muy alejado de Pakistán, y el país con el que ha tenido más recientemente un episodio de enfrentamiento bélico que se saldó con una humillante cesión de una franja de territorio fronterizo entre ambos países. De hecho, India había abandonado recientemente su ambiguo posicionamiento entrando a formar parte de una alianza denominada ‘Quad’ promovida por Estados Unidos, de la que también forman parte Australia y Japón, cuyo objetivo manifiesto es contener a su vecino en la disputada área del Mar de China. 

Pasada la sorpresa que ha causado el inexplicable éxito del viaje de esta semana del ministro ruso de exteriores, lo que emerge en todos los análisis geopolíticos es la renovada importancia de la historia imperial en todos y cada uno de los rincones de un mundo que parece volver por los fueros del multilateralismo y de las esferas de influencia. Algo que nos retrotrae a los libros de historia para recordar y analizar el catálogo de heridas abiertas en la historia de los últimos siglos, incluso hasta la lejana conquista de América por parte del imperio español. Porque no es otra cosa que el resentimiento colonial lo que hace que un presidente mejicano a estas alturas del partido no tenga mejor causa política para excitar los sentimientos nacionalistas de su audiencia que recordar el pasado colonial con España y exigirnos que pidamos perdón. Él precisamente que no tiene ni una sola de gota de sangre indígena, por lo que su acerva crítica solo debería apuntar directamente a sus ancestros, no a los nuestros, que eligieron quedarse en la península. No otra cosa es el sentimiento anti imperialista en Latinoamérica frente a los comportamientos de los norteamericanos y sus explotadoras empresas lo que puede explicar también estos días el posicionamiento prorruso de tantas naciones en el Cono Sur, incluso las no sospechosas de autoritarismo antidemocrático. Es el sentimiento anti anglosajón de la América hispana reflejado con toda crudeza en el famoso libro de Eduardo Galeano Las venas abiertas de América Latina.

También la Sudáfrica actual parece olvidarse de los movimientos antiapartheid de los gobiernos occidentales que provocaron la caída de ese régimen, y no precisamente la victoria militar de las guerrillas soviéticas y cubanas que lo enfrentaron en Namibia y en su propio territorio. 

La Sudáfrica actual vive desgraciadamente una deriva racista autoritaria, a la que se parece cada vez más la deriva autoritaria y racista, esta vez en contra de la minoría musulmana, de la India del nacionalista hindú Narendra Modi. Y es que el resentimiento colonial es un recurso fácil como excusa para sembrar la semilla del autoritarismo, simplemente porque el autoritarismo permite aferrarse al poder frente a la críticas del orden moral impuesto por Occidente tras la derrota del fascismo en la Segunda Guerra Mundial y del comunismo con la caída de la Unión Soviética en la década de los años noventa del siglo pasado.

Y precisamente ahí está la clave del conflicto actual en Ucrania, que no deja de ser un episodio más del intento por parte de Rusia de recuperar su grandeza imperial. Basta ver las apelaciones de Putin y los nacionalistas radicales rusos a la Gran Rusia de Catalina la Grande y al pasado de la Unión Soviética para entender que Rusia, para entender que la invasión de Ucrania a día de hoy, como las intervenciones en Chechenia, Georgia, Moldavia, Bielorrusia recientemente, solo son un intento por recuperar los territorios de sus antiguas colonias. No otra cosa que el resentimiento anticolonial frente a Rusia, lo que ha hecho que los países sometidos al yugo de Moscú en la etapa soviética hayan buscado la protección de la OTAN en cuanto se han liberado de él. Por tanto, no es la postura agresiva de la OTAN, como clama la propaganda rusa, la que supone un peligro para la integridad territorial de este país, sino el odio de sus antiguas colonias europeas y e incluso de algunos territorios actuales de la Federación como Chechenia. Cuando Vladimir Putin habla de un peligro existencial para Rusia tiene razón, porque una derrota en Ucrania probablemente liberaría fuerzas incontrolables que amenazarían la propia existencia de su país. Pero él solito se lo habrá buscado.

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