Dulce jueves

Hambre de compañía

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

Si pensamos en los momentos más felices de nuestras vidas vemos que en ellos siempre estamos acompañados, son momentos compartidos. La soledad puede traer otras cosas, algunas igualmente buenas, pero no felicidad, entendida como ese estado en el que sentimos que formamos parte de algo más grande que nosotros, que somos más que islas. La compañía no es un acompañamiento, sino una condición de la felicidad, un factor irremplazable del sentido de la vida.

Con la pandemia, psicólogos y neurocientíficos de todo el mundo se han empeñado en demostrar lo que cualquier persona experimenta por sí misma de forma natural, que el contacto personal, las relaciones sociales y familiares, la amistad y los afectos, tienen una influencia decisiva en el bienestar físico y mental.

En su libro El efecto aldea, Susan Pinker dice que el contacto social es interpretado por el cerebro de la misma manera que el hambre. Necesitamos estar juntos de la misma manera que necesitamos comer. Si no lo hacemos, enfermamos. Y algo enfermos debemos estar como sociedad cuando se habla de que hay una epidemia de soledad y cuando tantos caen en la desesperación. Pinker cree que al menos cada uno debería tener tres personas con las que contar en los malos momentos. Podríamos llamarlo los tres rostros de la felicidad, personas reales que puedes tener delante, mirándote a los ojos. Tres experiencias diferentes de amor. Si lo fías todo a una de ellas, como hacen muchas personas casadas que renuncian a los lazos de amistad, advierte Pinker, estás a solo una persona de no tener a nadie.

Ninguna máquina podrá sustituir el rostro de alguien que es como tú y te mira. Un tal Pierre, belga de treintaytantos años, creyó que sí podía. Entabló una relación tan absorbente con un avatar virtual llamado Eliza que perdió el sentido de la realidad. Pasaba todo el tiempo chateando con su robot y se aisló de su familia. Eliza nunca le contradecía, sino que, por el contrario, reafirmaba todas sus convicciones. Tras seis semanas de interacción obsesiva con el robot, se suicidó. Su familia sostiene que, a pesar de que sufría depresión, seguiría con vida de nos ser por el vínculo inapropiado que creó con la máquina. Es un caso extremo, pero muestra la importancia del contacto personal. El chateo virtual puede ser un alivio de la soledad, pero solo la conversación nos compromete, nos sujeta a la vida. Hay que aferrarse a los seres que uno más quiere y simplemente mirarles a los ojos largo tiempo. El escritor Hisham Matar cuenta que si se siente solo le consuela mirar un cuadro renacentista que muestra el reencuentro en el Paraíso de parejas célebres cuyas vidas se truncaron sin llegar a estar juntos, entre ellos Abelardo y Eloísa. Ahora, por fin, ella puede consumar el amor en la presencia que tanto reclamaba en sus cartas: «Hazme llegar un recuento pormenorizado de todo lo que concierne a tu persona…».

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