Las trébedes

Selectividad y vocación

Ilustración de Enrique Carmona.

Ilustración de Enrique Carmona.

Carmen Ballesta

Carmen Ballesta

Los datos que publica anualmente el Ministerio de Educación muestran un aumento progresivo desde hace casi una década del número de sobresalientes otorgados en las pruebas de EBAU/EVAU. Fenómeno paralelo sucede en las notas otorgadas en Bachillerato por los centros educativos, tanto privados puros, como privados concertados, como públicos, si bien en diferente proporción. Mi reciente pasado como profesora de bachillerato me hace considerar curioso que este fenómeno sea simultáneo a la declaración generalizada entre el profesorado que conozco de que el nivel del alumnado es cada vez más bajo, como lo probaría la necesidad de aligerar la dificultad de los exámenes.

El fenómeno sobresaliente va acompañado y puede explicarse parcialmente porque existe mucha presión para obtener nota suficiente para entrar en determinadas carreras universitarias muy demandadas y también porque existe una percepción un tanto distorsionada sobre el valor de los estudios.

La presión para tener nota es una trampa en la que están cayendo alumnos, padres y madres y no pocos profesores. Cuando un alumno destaca por su capacidad o por su rendimiento, o bien cuando ha expresado su deseo de cursar una carrera muy solicitada y a la que por ello solo acceden quienes tienen nota muy alta, todo a su alrededor empuja para que tenga muchos sobresalientes. Los padres, cuya vanidad de tales generalmente se inunda de justa satisfacción por haber criado a un ejemplar así; la propia persona estudiante, que ve a su alrededor las expectativas de familiares y profesores y no logra evitar que se mezclen con sus propios deseos expresados; los profesores, que empiezan a hacer comentarios y a empujar (’animar’, solemos decir) a esa persona para que «apriete», «no se descuide» o «se esfuerce un poco más».

Sin embargo, no es infrecuente que el resultado final de tanta presión y tanto esfuerzo no sea el esperado, bien porque no lleguen suficientes sobresalientes o bien por otras dificultades. Todo esto puede tener que ver, por ejemplo, con el hecho de que tenemos cada vez más estudiantes de bachillerato con trastornos de ansiedad o de la alimentación. La distorsión sobre el valor del conocimiento se refiere a que quizá se sobrevaloran unas carreras y se infravaloran otras. Hace 40 años, en los famosos 80 del siglo XX, cuando la generación baby boom, a base de becas en muchísimos casos, accedió a la universidad, la carrera de Medicina empezó a ser de difícil acceso, sobre todo porque había pocas facultades y pocas plazas. Y, en aquella época, ser médico era una profesión igual de prestigiosa que ahora, pero en general mejor pagada y sin apenas paro ni precariedad.

A pesar del deterioro objetivo del ejercicio de la profesión (sueldos pequeños, contratos precarios, carga de trabajo abusiva…), y de la proliferación de universidades públicas y privadas, hoy sigue siendo una carrera con muy alta demanda. En aquellos tiempos, decir a tus padres y profesores que querías estudiar Matemáticas o Filosofía era darles un disgusto, y recibir respuestas airadas: «¡pero cómo vas a estudiar eso, que no sirve para nada, con lo que tú vales! ¡No, no, tú tienes que hacer Medicina!».

En cambio, el desarrollo de las ciencias computacionales, la inteligencia artificial, la informática y en general áreas que requieren de matemática aplicada ha convertido actualmente en atractiva y cara de acceder la carrera de Matemáticas, a la que hasta hace poco se entraba sin un solo sobresaliente en el currículum. A lo que vamos, parece que un área de conocimiento (o una profesión) solo fuera valiosa si para acceder a su estudio universitario es necesario llevar muchos sobresalientes. Cuantas más carreras tengan este requisito, más sobresalientes hacen falta. Saquen la conclusión. La suma de estos dos factores se traduce a veces en: a) jóvenes que detestan en realidad lo que han empezado a estudiar aunque no se atreven a decirlo en casa, porque perderían la beca, por ejemplo, y el probable resultado final es que serán profesionales poco motivados y pronto algo amargados por ejercer una profesión que no les satisface; b) jóvenes que aman intensamente lo que han empezado a estudiar porque no les dio la nota para entrar en lo que habían solicitado, y en este caso el resultado podrá ser grandes profesionales que estarán muy contentos con su buena mala suerte; c) jóvenes que, ante su asunción de que se han equivocado de carrera, antes o después abandonan la universidad sin titulación y más o menos frustrados; d) jóvenes que pueden permitirse o logran cambiar de carrera o estudiar FP después de uno o dos años de desengaño.

Si se aspira a entrar en una carrera de gran demanda, es importante obtener muchos sobresalientes en el Bachillerato, porque la nota para entrar en la universidad se compone de dos factores: un 60% la nota media del bachillerato y un 40% la nota media de la EBAU, por lo que ‘llevar’ ya muchos sobresalientes compensa algo el hecho habitual de bajar las notas en la EBAU (de ahí la presión sobre el profesorado para otorgar sobresalientes). Ahora bien, la formación es más importante que las notas y la vocación puede quedar desoída, con consecuencias negativas para el individuo y para la sociedad. La obtención de sobresalientes tiende a entenderse como un capital que no se puede dilapidar en una carrera ‘devaluada’, y así encontramos llenas de buenos estudiantes, aunque algunos sin vocación, las aulas de las facultades ‘prestigiosas’, mientras que vacías de buenos estudiantes las de las carreras de poco relumbrón pero necesitadas de profesionales competentes.

Porque hacemos mejor aquello que nos gusta hacer. Es mejor médico una persona capaz de escuchar y acompañar que alguien con excelente memoria y capacidad. E, igual que necesitamos buenos médicos y buenos ingenieros, no necesitamos menos buenos maestros, buenos periodistas, buenos filólogos o buenos historiadores. Hay cualidades personales que son más importantes que los sobresalientes, para la profesión y para la vida, y que desgraciadamente no se evalúan en las calificaciones académicas.

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