55 días en Pekín

El presidente francés Emmanuel Macron con el presidente de China Xi Jinping en una charla en el Pine Garden en Guangzhou, 2023. 

El presidente francés Emmanuel Macron con el presidente de China Xi Jinping en una charla en el Pine Garden en Guangzhou, 2023.  / XINHUA / HUANG JINGWEN / EFE

Dionisio Escarabajal

Dionisio Escarabajal

Después de casi tres años de clausura, la China de Xi Jinping se ha reabierto al mundo y parece tener mucha prisa para recuperar el tiempo perdido. Como solo una dictadura totalitaria puede hacer, los dirigentes chinos defendieron a machamartillo su política de Covid Cero, aunque falseando los datos de una forma cada vez más burda, hasta que, de un día para otro, dieron un giro de 180º para defender con igual convicción una política de apertura radicalmente distinta. Bastaron una serie de airadas manifestaciones populares, más que probablemente consentidas por el poder supremo, para que el giro de posición fuera efectivo en cuestión de días. Tan brusco fue el giro, que vimos espeluznantes imágenes de tanatorios con los aparcamientos saturados y soltando humo día y noche por la probable cremación de las víctimas de esa alocada reapertura.

En vez de un ejemplo al mundo de lo que había que hacer en una pandemia, lo que acabaron dando los chinos fue un ejemplo de lo que no se debía hacer. Estuvieron cerca de tener éxito, y de hecho se calcula que la mortalidad por Covid 19 fue mucho más baja que en la mayoría de las naciones, especialmente que en Estados Unidos. El error que cometieron los chinos, por culpa de su nacionalismo radical, fue no aprovechar el tiempo ganado a base de coerción y encierros de la población para extender una vacunación efectiva al conjunto de sus ciudadanos, especialmente los más vulnerables . La vacuna china, Sinovac, nunca fue ni la mitad de efectiva que las desarrolladas por los laboratorios occidentales, basadas en el RNA mensajero. Nunca sabremos las cifras reales de víctimas por el Covid 19 en China, igual que nunca descubriremos probablemente el origen real de un virus tan letal.

A lo que estamos asistiendo estos días es la restauración a marchas forzadas de la capacidad manufacturera del gigante asiático y, simultáneamente, a un ejercicio de diplomacia que busca cambiar el reequilibrio de fuerzas que ha alterado el statu quo del planeta y que amenaza seriamente el camino chino a la hegemonía mundial a finales de la década, objetivo declarado de su dirigencia. Una vez conseguido afianzar su poder omnímodo en el reciente Congreso del PC Chino, con un inédito tercer mandato, y revertida la incómoda política del Covid cero, que amenazaba seriamente la continuidad de China como la fábrica del mundo, Xi Jinping ha entrado en un frenético período de actividad diplomática que comenzó con la visita a su «gran aliado» Vladimir Putin. Más allá de las declaraciones públicas de solidaridad y amistad profunda, lo que está claro es que la alianza con Rusia no llega ni mucho menos al extremo de la alianza de las democracias occidentales con respecto a Ucrania. Y lo que es peor para Putin, los chinos tienen claro que la ayuda real con las armas y la tecnología que precisa Rusia no sería compatible con su pretendido reequilibrio de fuerzas redirigiendo su potencia comercial manufacturera hacia el mercado europeo, ante la evidente desafección por parte de los Estados Unidos.

No sabemos si serán 55 días, el tiempo que las potencias occidentales sostuvieron el asalto de los nacionalistas radicales chinos al distrito que agrupaba a sus embajadas dentro de un recinto amurallado y cuya épica defensa pudimos ver en la película cuyo título encabeza este artículo, ni tampoco si habrá sido un español, en esta ocasión el presidente Pedro Sánchez en lugar del mítico diplomático Bernardo Cólogan y Cólogan, el que haya convencido al «emperador» Xi Jin Ping de firmar la paz con Occidente y continuar el progreso en las relaciones comerciales con Europa, pero lo que está claro es que las cosas van a cambiar después de las sucesivas visitas del canciller alemán Olaf Scholz, el citado Pedro Sánchez y, sobre todo, el presidente francés Emmanuel Macron, que se ha hecho acompañar esta semana por la presidenta de la Comisión Europea en su visita a la capital china.

La petición común de los dirigentes europeos es que China utilice su influencia ante Rusia, que se ha convertido básicamente en un país dependiente de los chinos como compradores de su gas y suministradores de productos manufacturados, para que se siente a la mesa de las negociaciones con su contraparte ucraniana. Es una petición que se acompaña de una velada amenaza de imponer sanciones de segunda generación a China en el caso de que este país suministre armamento y tecnología sensible al ejército ruso, movimiento que cambiaría sensiblemente el equilibrio de fuerzas en esta guerra. Casi con toda seguridad que este «momento pacificador» no llegará antes de que Ucrania intente una contraofensiva en el territorio del Donbas durante la primavera y el verano próximos, ante la que los rusos plantarán cara con sus posiciones defensivas sólidamente establecidas durante el pasado invierno. La situación ante este otoño e invierno marcarán el punto de partida de las negociaciones, en las que la gran baza de negociación girará alrededor de la soberanía sobre Crimea a cambio de la salida de Rusia de los territorios ocupados desde la invasión de febrero. El gran problema aparente -la anexión formal de cuatro provincias ucranianas- no lo será en absoluto debido a la falta real de poder de la Duma rusa, un teórico parlamento que solo sirve para refrendar las decisiones que haya tomado Putin previamente.

Esto sucede en un contexto en el que la decisión norteamericana de plantar cara a los chinos en el ámbito tecnológico y en el Sudeste asiático y desacoplar su economía de la base manufacturera china en productos sensibles, conforma lo que se denomina ya el «consenso Trump», porque fue el anterior presidente norteamericano el que desenterró el hacha de guerra frente a China, después de sucesivas presidencias acomodaticias a los intereses del gigante asiático. Pronto asistiremos a los resultados de este febril esfuerzo diplomático entre China y Europa. Sobre todo si se concreta una hipotética y reiteradamente solicitada reunión entre Xi Jinping y el presidente de Ucrania Volodímir Zelenski en los próximos días, tendremos paz en Ucrania con seguridad antes del invierno. Si no, que Dios nos pille confesados. 

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