Las trébedes

Maternidades y maternidades

Ilustración de Leonard Beard.

Ilustración de Leonard Beard.

Carmen Ballesta

Como si no tuviéramos nada importante de lo que ocuparnos, anda el país entero revuelto por la última de Ana Obregón, que a sus 68 años acaba de recibir a una supuesta hija gestada para ella por otra mujer, en Estados Unidos, donde esta práctica no es ilegal. Se plantean debates muy diversos, desde la cuestión de la edad (que generalmente no se suele plantear respecto al padre) hasta la del vientre de alquiler; y también la profundidad de los mismos es muy diversa, desde el de los «Sálvame» hasta el de la necesidad de legislar bien al respecto.

Evitemos en lo posible caer en el juicio a las personas y pensemos un poco el problema. Tener hijos es una responsabilidad que incluye una extraordinaria dedicación de tiempo, dinero y energía física y mental. La crianza no es algo trivial, y no ya para el individuo, sino tampoco para la sociedad que lo alberga. Sabemos que histórica y culturalmente se han dado y se dan diversos modelos. Por otra parte, también sabemos que un individuo no es resultado simple de lo que ha vivido, recibido o carecido en su infancia, sin negar que todo eso suele abrir y cerrar puertas. Por lo tanto, buena parte de los argumentos circulantes quedarían con esto descartados, ningún individuo está determinado a ser una cosa u otra solo (aquí el adverbio es crucial) por la edad, la situación económica, cultural y social o la personalidad de sus progenitores. En su felicidad, la señora Obregón ha declarado «ya nunca volveré a estar sola» (sic.), y una no sabe si indignarse, compadecerse o ignorar tal declaración, dado que ella sabe que perder a un hijo, uno de los dolores más grandes que cabe padecer, es algo que puede no ser evitable. Nadie tiene garantía alguna de vida larga o sana, como no la hay de feliz.

En una búsqueda no muy exhaustiva, he hallado información y testimonio de otras madres que han preferido (es un decir) «estar solas», entendiendo por tal cosa «sin su bebé». Y aquí no hay duda, es imperativa la compasión. Padres abandonan bebé envuelto en una manta (junio 2022); hallada bebé abandonada en una bolsa de cartón (estaba «arropada con una especie de saquito y cubierta con una sábana», según la médico que la atendió, abril 2021); bebé abandonado en bolsa deporte («llevaba ropa de abrigo y una manta», enero 2023). Todos estos casos se sitúan bajo la etiqueta (acepción 5 del DRAE) periodística y policial y judicial de «maltrato infantil». En el último caso, se habla en la noticia de que las autoridades han decretado «desamparo preventivo». Ante el hecho de que estos bebés hayan sido dejados en lugares donde era muy probable que fueran encontrados vivos y que estaban abrigados, ¿acaso no cabe pensar que la desamparada era la madre? ¿Que en su desamparo ha hecho lo que estaba a su alcance para que su bebé tuviera amparo? ¿Por qué no hacemos posible que la adopción deje de ser un calvario interminable en España? Otro caso que ha saltado recientemente a los medios es el de la mujer que dejó sola (no «abandonó») a su hija para irse a trabajar, pero es totalmente diferente. Esta es una historia dramática de pobreza, exclusión y maltrato institucional, y la decisión de acoger en un centro de los servicios sociales a la niña, separándola de su madre, difícilmente puede hacer algún bien. La lectura de los detalles publicados trae a la memoria una película de Ken Loach, Ladybird, Ladybird. Esa niña no está desamparada por su madre, antes al contrario.

Ojalá que la hija de Obregón tenga una vida larga y sana; y es muy poco probable que tenga necesidad de los servicios sociales. Mejor para ella, porque no es que podamos estar orgullosos en España del funcionamiento de estos servicios. Pero son otras las cuestiones que nos deberíamos plantear, y no de quién era el semen o si el alquiler de vientre está justificado por la felicidad de quien lo paga. Por ejemplo, planteemos por qué los representantes políticos han hablado ya de revisar o no la legislación española al respecto, una vez más dando por hecho que los principales problemas que tiene la ciudadanía española son los que nutren con más ruido la prensa y redes sociales. O, por ejemplo, por qué se habla de si la gestación subrogada o alquiler de vientres constituye o no violencia contra la mujer, sin ni siquiera aludir a la posibilidad de recabar datos y hacer estudios rigurosos y escuchar a esas mujeres, alquiladas (la mayoría) o altruistas, para saber si lo hicieron libremente o en desamparo, decidiendo por ellas si actúan bien o mal y considerándolas a priori víctimas alienadas. O, por ejemplo, y sobre todo, planteemos la cuestión de los derechos actuales y futuros de los menores así prohijados… y de las mujeres en cuyos vientres se han gestado.

Es una cuestión muy espinosa, y parece que también en esto la tecnología y el dinero ya van, como es normal, por delante de la reflexión ética y jurídica. La legislación adecuada llega tarde, pero llegará, solo la literatura osa adelantar futuros posibles. Por otra parte, como si todas las personas que tienen hijos, por el medio que sea, lo hicieran por motivos no egoístas y se responsabilizaran adecuadamente de su decisión de tenerlos. Desde que el mundo es mundo, hay quien tiene hijos y hay quien simplemente se reproduce.

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