Dulce jueves

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En cada periódico cabe la vida entera, y en La Opinión cabe buena parte de la mía

Sede de La Opinión de Murcia, en Ronda Norte.

Sede de La Opinión de Murcia, en Ronda Norte. / L.O.

Enrique Arroyas

Enrique Arroyas

La lucha por el puesto de trabajo siempre es respetable, pues el mercado laboral es duro para todos, incluso para un rey en país de tan frágil monarquismo como este. Para blindarse en lo posible frente a las razones del republicanismo y un contexto tan negativo como el heredado últimamente, el Rey de España tiene que hacer de todo, desde derrochar prudencia en la cumbre de Santo Domingo (evitando jugar todavía a rey de ultramar y despertar al genio de la independencia) hasta sentarse en el cajón en Cádiz y golpearlo con arte. Alguien le habrá dicho que el estilo, haga lo que se haga, no se pierde si uno se lo ha trabajado. Imaginarlo ensayando en Zarzuela el golpeteo con un instructor cajonero puede chocar, pero así habrá sido. La breve actuación y lo que haya detrás acredita admirable profesionalidad en un país en que el gusto por el trabajo bien hecho se está perdiendo.

En cada periódico cabe la vida entera, enmarcada, cada día, por el pensamiento y la pasión. Aquí está el discurrir de la vida con sus grandes acontecimientos mezclados con banalidades, tal como somos. Gente feliz, gente angustiada, esclavitud e independencia, la guerra y la paz. Unidos por las palabras y las imágenes, nos miramos unos a otros en el momento que vivimos, en las celebraciones y las penurias, los éxitos y los fracasos. Tiene el periódico el sudor del esfuerzo disimulado en la fugacidad de la vida que pasa rápido. Es el perfecto reflejo de la lucha por la vida tal como vivimos, aferrados a un sentido que se nos escapa cada día, sostenidos por la ilusión de un orden inventado que se deshace cada noche. El periódico es una cortina rasgada en la niebla del mundo, y a través de ella entra la luz.

En cada periódico cabe la vida entera, en La Opinión cabe buena parte de la mía. Tan real e imaginaria, hecha de papel y de historias, como la casa que habito. Por fuera tiene la silueta de lo que perdura con la resistencia de saberse vulnerable. Por dentro, tiene el corazón fuerte y alborotado de aquello que es fruto de la imaginación con el punto de locura necesario para remar contra la corriente. Cuando todo parece venirse abajo, cuando todo parece que nos abandona, cuando el futuro nos saca la lengua, el periódico sabe que, aunque no lo comprenda, tiene que contarlo. Estar en el sitio, contra todo pronóstico, contra toda sensatez, es la vocación del periódico, su única ley, su única verdad.

En cada periódico cabe la vida entera, el rectángulo limpio y saludable entre periodistas y lectores, que no puede ensuciarse porque no hay otro invento humano que contenga tanta libertad. Es la vida hecha arte con los materiales más frágiles: titulares en presente, conversaciones interrumpidas, secretos, el dolor cotidiano, pirámides de palabras. El periódico vive por la confianza entre dos que se buscan en una encrucijada señalizada con el mandato más extravagante que se puede seguir en medio del gran carnaval: «Tell the truth».

En cada periódico cabe la vida entera, y sin La Opinión la vida sería peor. Cada número es una promesa de que las cosas pueden ir mejor o, al menos, una negativa a resignarse a que todo vaya mal. Por eso se hacen periódicos y por eso son tan necesarios. Aunque a menudo están llenos de malas noticias, el periódico nos dice que cada noticia solo es un fragmento sin final. Mañana continuará. Nada más y nada menos. Ojalá La Opinión cumpla muchos años más.

@enriquearroyas

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