Luces de la ciudad

El abrazo del alma

Imagen que simboliza 'El abrazo del alma'

Imagen que simboliza 'El abrazo del alma' / L.O.

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

El fotógrafo deportivo Ricardo Alfieri captó una instantánea tras la final del mundial de futbol de Argentina en 1978, que tituló El abrazo del alma, en ella, un hombre sin brazos abraza con sus mangas colgando a dos jugadores argentinos tras ganar el campeonato. Sin duda, Alfieri consiguió trasmitir con esta fotografía ese impulso natural que todo ser humano tiene de expresar sus sentimientos a través de un abrazo, incluso, más allá de la envoltura física de los brazos. «Abrázame en tus alas / para que otro aire no me roce / sino tu aliento, del que vivo y muero» (Mediterráneo, Antonio Gala).

Me gusta la gente que se abraza. Me gustan los abrazos, darlos y recibirlos. Pero no abrazos de tres al cuarto, sino abrazos de verdad, sentíos. Y si no que nos lo digan cuando éramos niños y nos estrujaban cual esponja de goma espuma. Tengo que confesar que a veces daba verdadero pavor enfrentarse a la prole de titas, titos, abuelos, abuelas, amigas de las abuelas, papá, mamá…, en fin, compadezco a las nuevas generaciones de niños y entiendo esas caras de susto cuando ven al grueso de la familia acechándoles. Yo con los míos, tampoco puedo evitarlo.

Unos años después, aparece el acné, y algo más tarde llegan los primeros guateques y otro tipo de abrazos. Los llamábamos bailar un agarrado, aunque aquello, bailar, bailar… Un imperceptible balanceo hacia la izquierda, otro hacia la derecha, y los pies clavados al suelo, ¿para qué los ibas a mover? Ahora, agarrarse, vaya si nos agarrábamos, tanto que como dijo Groucho Marx en Un día en las carreras, «si te abrazo más fuerte nos vamos a dar la espalda», pero de eso se trataba, de estar todo el tiempo posible abrazado a tu chica mientras sonaba de fondo Bella sin alma de Richard Cocciante, cualquier cosa. Buenos tiempos.

Pasada la mayoría de edad, los abrazos parecen circunscribirse a los amigos de toda la vida. Abrazos brutos, de machotes, de reconocimiento mutuo de una amistad inquebrantable: ¡somos la hostia!

También por esta época, más o menos, comencé a apreciar la representación del abrazo en todo tipo de disciplinas artísticas. Aunque imposible mencionarlos a todos, me veo obligado a destacar El abrazo (1976) de Juan Genovés, símbolo de la Transición. Un cuadro convertido en emblema de un país que pedía a gritos una reconciliación para dejar atrás la violencia.

Multitud de referencias necesarias para comprender el significado del resto de abrazos que estaban por llegar con la madurez: abrazos para demostrar amor, para calmar el dolor, para consolar el fracaso, para despedir, para agradecer, para reconfortar…

Y entonces, ahora, a esta altura de la vida, te das cuenta de que el abrazo ha sido una constante a lo largo de ella, y que, quizás, no le has dado la importancia que deberías a cada uno de esos abrazos, que incluso, a veces, por cotidianos, corrían el riesgo de convertirse en simples gestos mecanizados.

Paulo Coelho, en su novela Aleph, escribía que, según la tradición, cada vez que abrazamos de verdad a alguien ganamos un día de vida. No será así, por supuesto, pero, en cualquier caso, qué gratificante resulta tener a alguien entre tus brazos o hallar cobijo en los brazos de otro cuando sientes que realmente quien te abraza es el alma.

Suscríbete para seguir leyendo