La Opinión de Murcia

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Tiempo y vida

La figura femenina en el arte rupestre levantino

LA FIGURA FEMENINA EN EL ARTE RUPESTRE LEVANTINO

En anteriores artículos hemos dejado entrever algún detalle sobre la imagen de la mujer en el arte levantino. Su participación en actividades de carácter ritual como la danza o su ausencia en las cacerías de las grandes presas son dos de estos. Hoy nos ocupamos con mayor detenimiento de ella. 

De entrada, destaca su reducido número, apenas un centenar, frente a los varios miles de hombres, a muchos de los cuales, caracterizados sobre todo como arqueros, se les ha pintado el pene, en un detalle que pensamos que es del todo punto alegórico. Y la notable disparidad en las cifras entre hombres y mujeres apenas se acortaría aún cuando reconozcamos que hay figuras humanas que carecen de atributos lo suficientemente clarificadores como para adscribirlas a un sexo u otro. 

Hay dos rasgos asociados directamente a las figuras de mujer que nos permiten reconocerlas como tales. De una parte, la representación de los senos, signo inequívoco de su identidad, de los que, a veces, por razones de perspectiva se muestra solo uno. De otra, el que vayan ataviadas con una prenda de vestir de amplio vuelo, a modo de falda, que le cubre hasta las pantorrillas y cuyas formas son variadas, desde aquellas de líneas más o menos rectas que parecen ajustarse a la cadera, a esas otras de aspecto triangular o, menos frecuentes, globular.

El adorno está muy relacionado con la imagen de la mujer, aunque no es exclusivo de ella puesto que también hay hombres con elementos de ornato. Por lo común se trata de lazos o cintas que cuelgan desde los brazos a la altura de los codos, elaboradas seguramente con fibras vegetales o con tiras de piel. Junto a estos, en algunas representaciones, un suave engrosamiento en la parte alta del brazo o en la muñeca se ha interpretado como reflejo de posibles elementos que actuasen a modo de brazaletes, mientras que unos cortos trazos rectos que asoman en la parte alta de la cabeza de otras se proponen como posibles varillas, hechas en madera o hueso, con las que se recogería el cabello. 

Este adopta formas comunes a ambos sexos, predominando los peinados circulares, triangulares con los bordes redondeados o en elipse, entre otros tipos menos frecuentes. Tampoco hay desigualdad en los objetos que portan unos y otras, salvo en los arcos y flechas que parecen exclusivos del hombre. Los dos sujetan pequeñas bolsas o cestos, útiles alargados que interpretamos como palos cavadores empleados en la recolección de tubérculos y raíces, y unos pequeños objetos ligeramente curvados que proponemos como palos arrojadizos que se usarían en la captura de pequeños animales.

LA FIGURA FEMENINA EN EL ARTE RUPESTRE LEVANTINO

En la escenografía, si bien algunas mujeres se han representado aisladas, sin que en estos casos podamos vincularlas con otros motivos con los que comparten panel, ya sea humanos o animales, también las vemos formando parte de variadas composiciones, asumiendo una función principal en muchas de ellas. En este sentido, uno de los temas más repetidos es el de su representación en pareja, del que son paradigmáticas las pintadas en la Cueva de la Vieja de Alpera, el Abrigo de la Risca I de Moratalla o el Abrigo del Ciervo de Bicorp. Excepcionalmente, en el Abrigo de Lucio, en Bicorp, y en la Cova de la Saltadora, en Les Coves de Vinromà, se han representado como sendos tríos.

Otras actividades están relacionadas con la recolección, ya sea de elementos vegetales como raíces, plantas y frutos, o de productos animales, como miel o huevos. Y junto a estas acciones de carácter económico, la mujer protagoniza otras escenas más complejas en su interpretación que, en general, relacionamos con el ámbito de lo trascendente, tal vez de lo espiritual. Ya la vimos participando en la populosa danza del Barranco de los Grajos, cuyo significado último no conoceremos nunca aunque suponemos que supera lo estrictamente material, lo lúdico. Pero también se ha representado en estrecha relación con arqueros, con animales diversos, sobre todo ciervos, e incluso, y de manera excepcional por el momento, vinculada con el sol, como documentamos en el Abrigo de la Risca I de Moratalla. De igual naturaleza mítica nos parecen otras composiciones, pocas en verdad, en las que dos mujeres acompañan a un tercer personaje que podríamos aceptar como un niño, tal y como las vemos en el Racó de Sorellets de Castell de Castells, y en el Abrigo del Barranco Segovia de Letur.

Así las cosas, la temática representada nos habla del papel activo de la mujer en la vida social y económica de los grupos autores del arte levantino, participando en todas las actividades reflejadas en las pinturas, salvo en las cacerías de grandes presas. Y si consideramos aquellos ejemplos que relacionamos con lo inmaterial, quizás lo religioso, sospechamos que la imagen femenina bien pudo estar revestida de un acentuado simbolismo, siendo en estos casos protagonista de escenas que tal vez sean reflejo de unos mitos que formarían parte de la memoria colectiva de estas sociedades de cazadores recolectores. 

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