Verderías

Ciudades castizas

Herminio Picazo

Herminio Picazo

Había comenzado esta columna escribiendo: «En el lugar más castizo y céntrico de la ciudad de Murcia…», pero he debido parar dudando si lo de castizo se aplica en todo caso o sólo a las cosas de Madrid. Afortunadamente el diccionario de la Real Academia me saca de dudas explicándome que castizo se aplica «a lo que es genuino, puro y típico de un determinado lugar».

De modo que ya puedo continuar esta columna. Veamos: En el lugar más castizo y céntrico de la ciudad de Murcia, junto a los castizos soportales de la Catedral, en el área más castizamente monumental de Murcia, al final de la muy castiza, peatonal y turística calle Trapería, han puesto un nuevo comercio, una tienda de comida japonesa, tan castiza, genuina, pura y típica de ese mismo lugar como sólo podrían serlo los paparajotes. El establecimiento es, además, de comida para llevar, perdón, de ‘take away’, como reza su propaganda, que es un término más actual (y, por ende, más castizo).

El caso es que el centro de Murcia está desde hace tiempo plagado de castizos establecimientos de comida rápida y de franquiciamientos y tiendas con todo en inglés. En la Plaza de Santo Domingo tenemos un burger, o dos, un establecimiento blanco y reluciente como la nieve que vende castizos yogures, una tienda de ‘poke’, que aún no he conseguidos saber qué es, y cosas de ese tipo. Seamos justos, también hay una heladería.

Y esto pasa en Murcia in everywhere in the city center. Y en prácticamente todas las ciudades y villas, a poco que sean grandes. Sé que queda nostálgico y viejuno decirlo, pero podríamos preguntarnos dónde quedaron los mesones y los bares murcianos de buenas tapas, esos sí verdaderamente castizos. En el centro de Murcia resisten Las Viandas, Los Zagales y unos pocos más, y en la Plaza de las Flores el camino de lo exótico no ha hecho más que empezar, acompañado de un buen pelotazo en los precios. En cuanto al comercio, tres cuartos de lo mismo, poblado el centro de castizas franquicias con luces de neón.

Todo esto se traduce, además de en la pérdida de identidad y de tradiciones, en una acelerada banalización de los centros urbanos. Cada centro de ciudad, cada zona peatonal turística, parece un calco al de la otra ciudad. Pero bueno, esto es lo que hay. Si acaso sugerir que hubiese mejores ordenanzas para las cosas más evidentes que atenten contra lo más mínimo. Por ejemplo, el cartel del nuevo establecimiento en la Catedral, con grandes letras blancas en caracteres japoneses, encendido también por el día por si acaso es que no se ven. O ese absoluto horror que es la fachada y los rótulos de la cafetería de juegos que hay en Alfonso X junto al museo de Santa Clara, que dan ganas de dejarse la moderación a un lado y comenzar a practicar el noble arte del cóctel molotov.

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