Espacio abierto

El feminismo en la vejez

"Las jóvenes piensan que la vida es así como ellas la conocen, pero ha costado mucho trabajo salir adelante"

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard

+mujeres, Colectivo de Mujeres por la Igualdad en la Cultura

Algunas mujeres han llegado al feminismo a edades ya muy avanzadas: setenta años, ochenta años. El trabajo, la crianza de hijos e hijas y unos compañeros poco empáticos (por decirlo suavemente) las han mantenido alejadas de la vida pública y del devenir de los tiempos. En muchos casos han estado aisladas: no estaba bien visto que una mujer estuviera fuera de su casa, la socialización femenina ha estado siempre bajo sospecha. No han tenido contacto con los movimientos de liberación de las mujeres, los han visto en televisión sin pesar que eso podía tener que ver con ellas y con sus vidas, algo que se acentúa en el caso de las mujeres en el ámbito rural: un bar de pueblo es un bar donde solo entran hombres. El aislamiento de las mujeres, la obligación de permanecer dentro del hogar ha sido una de las claves de la construcción del patriarcado.

Pero al liberarse de los trabajos, de la doble jornada, al crecer los hijos e hijas y marcharse de casa, en ocasiones también al enviudar, han encontrado el tiempo para entrar en contacto con otras realidades. Y se han liberado. A su edad, dicen ellas. A veces la relación con las nietas (a menudo más relajada que con las hijas) las ha acercado al feminismo. En otras ocasiones han sido charlas en centros de la tercera edad o en los ayuntamientos; la posibilidad de poder salir, de viajar, las ha conectado con otras mujeres, las ha ayudado reflexionar sobre sus vidas. El feminismo les ha servido para revisar y revisarse. Para comprender, para iluminar zonas de su trayectoria vital que estaban en sombra. 

Y se asombran de sí mismas, de la vida que han llevado, de su contribución involuntaria, por desconocimiento, al patriarcado educando a las hijas para servir y a los hijos para ser servidos. Igual que las educaron a ellas, algo de lo que solo conscientes ahora. Qué tontas éramos, dice una. Cómo si hubiera tenido otra opción. El feminismo les ayuda a comprender sus vidas, a contemplarlas bajo otra luz. Y se sienten agradecidas. Hablan entre ellas, ahora dicen cosas como eso es el patriarcado o bien ella está sometida al marido y no se da cuenta. 

Es tan interesante escuchar sus conversaciones:

—Éramos muy ignorantes. Figúrate yo, que no sabía lo que votaba, era mi marido el que me ponía el voto en la mano. Y ahora mira, estoy aquí con vosotras. 

—Pues mi marido me tuvo que firmar para que yo pudiera trabajar en la fábrica, sin eso en aquellos tiempos no hubiera trabajado. Y de qué habríamos vivido, que éramos siete de familia.

La conversación va cambiando de rumbo:

—Pues mira, si se acuesta con otro muy bien que hace.

—Yo cuando era joven, con mi novio ná de ná, porque la cosa solo se podía hacer después de casados. Y el cura me decía que me tenía que confesar igualmente porque podía estar teniendo pensamientos impuros, ¡ja ja ja!.

—Con cincuenta años y cinco hijos yo no sabía lo que significaba la palabra sexualidad, imagínate lo atrasada que estaba, ¿te lo puedes creer?

Son conscientes de la dureza de sus vidas:

—Las mujeres de ahora no pueden entender lo que hemos pasado. Las jóvenes piensan que la vida es así como ellas la conocen, pero ha costado mucho trabajo salir adelante. Y es una pena, pero todavía hay muchas mujeres que tienen un ramalazo de antes, algunas son muy antiguas.

Aún les resulta difícil desprenderse de su papel de cuidadoras.

—Cuando me fui al crucero le dejé a mi marido el frigorífico lleno de comidas y todo en orden. Es que es muy torpe.

Ponen en cuestión sus actitudes de antaño:

—¿Os acordáis? Antes si el marido llevaba una mancha, decíamos que la marrana era ella.

—Como si ellos fueran críos. Había que darles todos los caprichos. Así han salido…

Y se proyectan hacia el futuro:

—Yo antes como a mi marido no le gustaba el teatro pos yo no iba y ahora sí voy. 

Y para todas ellas ese sencillo gesto es una revolución y una heroicidad. 

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