De vuelta

Carta para Irene

Santiago Delgado

Santiago Delgado

Mira, Irene Montero, criatura, ministra de la igualdad asimétrica que tanto quieres: Pablo te ha engañado. Te ha engañado en dos ocasiones. Y lo has sufrido las dos veces. Ayer vi tu soledad de banquillo azul. El paraíso al que te dijeron que habías asaltado, convertido en infierno. Un infierno, ya digo, de soledad. Ni Yolanda estaba. Sí, eso sí, votó contigo, pero al final. A ratos estuvo junto a ti, Ione (Juana en el siglo, Ione se profesa tras el torno del 15M), muy segura de que ella no va a pasar por ese trance, porque con la ley animalista no se suelta a delincuentes, que es lo que ha asustado al guapo, a vuestro guapo. Pablo no es guapo, tampoco lo era cuando os besabais por los pasillos del congreso haciendo alarde de pareja nueva, sin prejuicios, ni penas por la novia despechada que se enteraba así de su repudio. Pena de columna en hemiciclo le dieron.

Te engañaba entonces. Y te ha engañado ahora: «¡no, no cedas! nuestra ley, tu ley, debe quedar así, como tú y tus amigas la habéis sacado. Nada de ceder. Que ceda él. Si quiere Moncloa y falcon». Y tú te dejaste engañar por segunda vez. La primera tuvo tres hermosas consecuencias, tres hijos, con padre a medias. Un padre excusado de fidelidad conyugal, faltaría más. Claro que el casoplón de Galapagar acaso mereciera la pena. No sé, tú sabrás. Igual muchas mujeres te entienden. Otras, la mayoría de las que yo conozco, no.

Y llorabas, llorabas contenidamente en el banco azul. Los paraísos tienen esa cara oscura. Por lo menos, los paraísos asaltados. Los paraísos no se asaltan, se merecen. No se merece el paraíso por el hecho de que te designe, digitalmente, tu amante. Y ese merecimiento requiere estudios, prudencia, sabiduría y experiencia de vida. Pero tú sólo tenías una experiencia ajena a esos merecimientos. Y aceptaste la responsabilidad. Te usó, Irene. Te usó para conseguirte. Otra hubiera sido la ministra, si en la rueda de sus amoríos, otra hubiera estado cuando el pacto con el guapo, del entonces coletas. Eres contingente, para nada necesaria, en el Consejo de Ministros. En el corazón de Pablo, tampoco. Naufragas en tu cometido, y lloras, abandonada. Ni siquiera, al parecer, estaba él, tu chico, padre de tus hijos, entre los invitados del gallinero de las Cortes.

Te ha engañado, y has descubierto que tras el envoltorio del regalo había una lágrima, contenida, de purísima soledad. Imagino que algo de consuelo tendrás no sé dónde, acaso en el feudo de Galapagar. Lloras porque tu dignidad personal, con el desafuero del guapo, ha quedado por los suelos. Y te ha engañado porque Pablo te subió al tiovivo de la política, nada menos que en un puesto del gobierno. Y era un ministerio falso, innecesario. Pero envuelto en papel de oro de un presupuesto desvergonzado. Y te trajiste a tus amigas. Y ellas celebraban el engaño, que las encumbraba.

Lloras, aunque imagino que no te importa. Te ampara el dogma en que militas, que te dice que tú no eres una despreciable pequeño-burguesa patriarcalizada. Eres la mujer nueva. Eso se paga con lágrimas.

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