Todo por escrito

Al máximo

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

Si nos diesen a elegir el papel que queremos representar en esta vida, como si fuésemos los protagonistas de una película, todos querríamos ser el héroe, esos hombres y mujeres llamados a hacer cosas grandes, que hacen frente a las vicisitudes con valor y entusiasmo. Nadie en su sano juicio querría interpretar el papel del villano, del mediocre, de la misma forma que nadie elegiría ser feo en lugar de guapo o estar triste en vez de alegre. Sin embargo, ¿por qué a veces elegimos lo malo en lugar de lo bueno?

Rousseau señaló que «a diferencia de los animales, el hombre está inacabado, tiene abierta todavía la tarea de perfeccionarse». Somos libres de decidir y también de decidir equivocadamente, pero todos aspiramos hacia lo mismo: la felicidad. Cuesta entender que una persona, pudiendo hacer el bien, haga el mal. No obstante, lo realmente incomprensible es elegir para uno mismo lo malo, cuando se tiene la posibilidad de aspirar a lo bueno.

Pongamos por ejemplo la elección de una vivienda. La casa número 1 es bonita, tiene iluminación natural y está en una zona céntrica, que nos pilla cerca del trabajo. La casa número 2 es fea y pequeña, da a un patio interior y está en las afueras, pero es más barata. Con todo, la diferencia económica con la casa número 1 es mínima si tenemos en cuenta lo que nos ahorraremos en electricidad extra y transporte con el paso del tiempo. Y bien, ¿con qué casa se quedaría usted?

Quizá no lo crea, pero dentro de nosotros hay una parte muy poderosa que se inclina por la casa número 2, sí, por la fea. La misma parte que nos hace quedarnos en trabajos horripilantes, continuar en relaciones tóxicas, no permitirnos ese viaje que tanta ilusión nos hace o comprar vino de oferta en lugar del que nos gusta. Podemos argumentar que se trata de una cuestión económica o de seguridad, pero eso siempre es la excusa, porque hay algo más profundo que subyace bajo esa predilección hacia lo malo.

Es cierto que somos libres de decidir, pero nuestras elecciones están condicionadas por prejuicios, miedos y complejos de los que si siquiera somos conscientes. Nuestro villano interior se alimenta de ellos y así es como toma el control de nuestras decisiones: impidiéndonos aspirar a lo bueno, porque piensa que no somos digno de ello. Es decir, somos nosotros mismos los que nos privamos de aquello que queremos, porque creemos que no nos lo merecemos.

El héroe es magnánimo (‘tiene el alma grande’, según la propia etimología de la palabra). Es voluntarioso y generoso con los demás y consigo mismo, por ello, se lanza a la conquista de grandes desafíos y hace realidad sus sueños. El villano, por el contrario, es ruin y pusilánime, se siente pequeño ante el vasto mundo y eso le llena de frustración. De hecho, en mandarín, villano se traduce como (xiao ren), que significa literalmente ‘persona pequeña’.

Cuando mi villana interior hace acto de presencia e intenta boicotearme, yo la mando callar con una frase que me decía mi padre cuando le consultaba sobre si debía o no darme un capricho o comprarme un ‘modelito’ para alguna ocasión especial: «Hija mía, no lo dudes. Tú ve siempre al máximo. ¡Al máximo!». Acordarme de esta frase siempre me hace sonreír y me empodera. ¿Quién querría ser un tacaño con su propia vida pudiendo concederse el privilegio de vivir ‘al máximo’? Somos dignos de lo bueno y hasta de lo mejor, así que, decidamos en consecuencia.

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