ENTRE LETRAS

Un transcurrir limpio y claro

Francisco Javier Díez de Revenga

Ángel Almela Vallchs (Cieza, 1955) ha publicado, en una bella edición con portada de Carmen Cantabella, en MurciaLibro, un nuevo poemario con el expresivo título de Los días en la Tierra, que surge, como último verso, de un poema capitular con el que se abre el poemario: días seguidos de existencia en los que comparecen los gozos y las sombras presentes y pasados, entre la memoria y la reflexión de la propia identidad. El poeta se busca a sí mismo en esos días en la Tierra que son su propia historia, e indaga, en los pasos evocados, fases de una existencia trascurrida hasta la madurez presente.

Recuperamos en este libro al poeta de la palabra bien acompasada y de los ritmos fluyentes, al creador de estructuras poemáticas de una decidida cohesión métrica, enriquecida en un verso libre seductor e imaginativo por sus paralelismos y anáforas. De hecho, ese poema inicial constituye una permanente anáfora, ritmo insistido que se deja sentir en muchas de las estancias del libro, tan bien conjuntado melódicamente. Sin olvidar, por ello, la calidad, de los esparcidos poemas en prosa, que enaltecen el libro con la fuerza de una palabra intensa y expresiva.

Un transcurrir limpio y claro

Un transcurrir limpio y claro / Francisco Javier Díez de Revenga

Ángel Almela Valls ha desarrollado una trayectoria anterior, en su obra poética, muy estimable, pero en este libro de inevitable madurez ha desnudado su propia palabra poética para mostrar sobre todo esencias de vida. Es como si el poeta se hubiese desprendido de alambiques complejos y solamente confiase en una propia palabra poética, protagonista del poema, por cierto, en más de una ocasión, evocada como una necesidad y como una consolación. No es extraño encontrar reflexiones en este libro sobre la propia labor del poeta y sus búsquedas del medio expresivo con el que hacerlas llegar al lector. Surgen entonces las dudas, los lamentos, las preguntas incómodas, las llamadas sin respuesta, la desolación del silencio. El poeta define así su propia identidad en esta tierra compartida, en la que las voces de la memoria surgen contra el olvido y el trascurrir del tiempo avanza al yo poético en su madurez imparable y creciente. El diálogo establecido con el lector lo invita y también lo compromete en este análisis constante de los días en la tierra.

Interesa observar la propia relación, casi una dependencia obsesiva, de Ángel Almela, de sus poetas predilectos, desde el mismísimo León Felipe, presente en ese antológico poema inicial de los días en la Tierra, desde el gran Walt Whitman a muchos otros poetas, presentes en el volumen con su propia palabra, que son referencia, pero también expresan la afinidad del lector intenso, comprometido con su mundo y con su identidad.

Divide Almela sus días en la Tierra en días convulsos, días de memoria y días de elocuencia y bajo estos tres parámetros organiza capitularmente su libro, situando cada una de las composiciones en cada una de las tres heridas que definen a esos días. Así, en la primera son las inquietudes ante nuestro revuelto mundo, ante la realidad vital que angustia al poeta y lo amenaza en días opacos y vacíos, muy reconocibles por su vinculación a la memoria concreta de una fecha indeleble, la de una primavera parada sin saber bien por qué. Pero la voz del poeta no se da por vencida y surge rebelde frente a la adversidad. No es menos serena ni pausada la estancia de la memoria suministrada por esos días que devuelven existencia y vida pensando en lo que esconde el tiempo bajo su capa de olvido. La memoria crea su propia autobiografía y en ella comparecen las antiguas creencias, la fe perdida que se vislumbra en una oración escéptica, mientras el poeta insiste en su obsesión por hacer brotar las palabras y crear una poesía de la pasión y la vida.

Y el amor, el acompañamiento activo de la vida compartida, que crea su propio espacio y también su propia memoria; y con ese amor de siempre, las cosas, los objetos que rodean al poeta y que muestran que la vida sigue en esa elocuencia imparable, que se concluye en un epílogo gozoso por sentirse el poeta poseedor de su verdad y de su propia identidad, que proclama que la vida lo es todo y que vivir, de eso se trata, como clamaba la vieja Celestina: todo por vivir.

Y afirmando esa fe entre verdades: la verdad de la vida, la verdad de la luz y la verdad del tiempo, entre el sueño, la soledad y la memoria. Palabras de un credo que supone una apuesta por la autenticidad, por la sinceridad que Ángel Almela prodiga, sin ardides ni artificios, en este libro suyo limpio y claro.

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