Luces de la ciudad

La cesta de la compra: a perro flaco...

Varias personas en un supermercado

Varias personas en un supermercado

Ernesto Pérez Cortijos

Hace unos meses, estando en la cola de la caja de un supermercado, la mujer que iba delante de mí se lamentaba de la cuantía económica a la que ascendía su compra. El cajero, en un tono cómplice, comentó que el día anterior, una clienta, desde el móvil y delante de él, tuvo que devolver el recibo del seguro de su casa para que la tarjeta tuviera suficiente saldo para poder pagar. Como ambos me miraban de vez en cuando, interpreté que me hacían partícipe de su conversación y más por educación que por interés, intervine: «Mal asunto, después llegan los problemas y los recargos». Entonces, la mujer me miró fijamente y me contestó tajante: «Sí, pero lo primero es comer».

Aquella breve y contundente respuesta bastó para que me topara de bruces con la cruda realidad, sin necesidad de grandes estudios económicos, informes interminables o macroencuestas.

Sin embargo, en aquel momento decidí no escribir sobre este asunto, digamos que no formaba parte de mi temario, pero ahora no puedo resistirme tras escuchar, la semana pasada, las declaraciones del ministro Planas pidiendo tiempo. Tiempo para que surta efecto la rebaja del IVA en los alimentos básicos. Tiempo para que la bajada de los costes de producción influyan en los precios. Y tiempo para que los grandes supermercados decidan aplicar realmente esta bajada a sus productos. Eso sí, esto último, a voluntad propia. Me descojono, no puedo evitarlo. Eso es tener más fe que el Alcoyano.

Precisamente, ese mismo día, el de las declaraciones ministeriales, fui testigo, en el supermercado y caja antes mencionados, de cómo una señora octogenaria tenía que eliminar de su exigua compra una malla de cebollas y un paquete de azúcar porque no llevaba suficiente dinero. Evidentemente, no lo permitimos y abonamos la diferencia, una miseria: cuatro euros, para que pudiera llevarse su compra completa. Algo que aceptó agradecida, pero seguro que herida en su orgullo.

Y me pregunto si a esta persona y a todas las que les estará ocurriendo algo parecido en todo el país se les puede pedir tiempo. Dudo que, como nos ocurre a otros tantos, esta señora sea capaz de descifrar los entresijos de la inflación, el IPC o la influencia de agentes externos en los precios de los alimentos. Ella, como los demás, simplemente necesita resolver su día a día sin problemas y sin situaciones vergonzantes y poder llevar a casa cebollas y azúcar con un presupuesto similar al que gastaba antes de la pandemia, porque al parecer desde entonces la cesta de la compra ha subido un 27,5 % y solo en el último año un 15,2%.

Los profanos en estas lides no podemos calibrar el grado de dificultad que pueda tener una solución rápida para este problema. Es cierto que intervienen muchos factores y muchos actores y que nunca llueve a gusto de todos, pero siempre se mojan los mismos. Al final, terminaremos todos cantando por Camilo Sesto, «¡y ya no puedo más!, ¡ya no puedo más!, siempre se repite la misma historia…».

Por tanto, ahora toca consumir grandes dosis de paciencia y esperanza, que están en oferta, y esperar que no aparezca algún iluminado que quiera convencernos de que comer todos los días es una mala costumbre.

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