Achopijo
El Parlamento
Yayo Delgado
El botones de un gran hotel de la quinta avenida de Nueva York hace una reverencia servicial para escuchar a su distinguido cliente. Es una foto en blanco y negro. Brillan luces y el ambiente es invernal, frío, pero entre paredes de madera oscura transmite calidez. El botones va abrigado y luce gorra de laburo. Podría ser hoy, pero se intuye que es el maravilloso siglo pasado. El distinguido cliente es un perro salchicha. He mirado esa foto entre decenas de conversaciones, muchas tardes de todo tipo, y siempre me ha hecho sonreír. El otro día estuve un rato solo, esperando a un par de grandes, y me perdí en la foto. Es difícil que en ese núcleo de la ciudad, en su tuétano, en el lugar donde Murcia te acurruca en esas siestas de la luz que han cambiado el mundo que vivimos en esta pompa de jabón, no resuenen historias y recuerdos. Allí hay un eje sobre el que moverlo todo. Una puerta secreta.
La copa helada y el suave aroma a limón. Casi a azahar, que se abre paso entre los humos de puro incrustados en la madera que desvencija eligiendo los momentos, y el sonido del brebaje que quiebra el hielo es la mecha prendida. Dice Pedro que ellos trabajan allí de la misma forma. No es una cuestión de tradición ni de temor al cambio, es lo que es. Certidumbre. Cuando un camarero transmite seguridad todo lo demás empieza a importar cada segundo más, pero sobre una base tan sólida que el triunfo ya ha calado. El secreto de la verdad, que decía mi abuela. Si las paredes hablaran… dicen. Retumbaría esa frase por encima de todas. Sin redes sociales, sin alardes. Sin ofertas ni horas felices. Sin nada más que el curro de dos tipos con pajarita que no han cambiado su carta, y cada irlandés que hacen, mejoran un poco más la receta. La receta con la que juguetear con el tiempo. Benditos magos.
El perro salchicha y el botones parecen ser los custodios de los secretos que llevan décadas conociendo. Compinchados, se miran, diciéndoselo todo sin hablarse. Sin ladrar. En un lugar donde para cambiar muchas cosas no se ha cambiado nada, como dice Pedro. Como dice Juan Antonio, que no hay secreto más grande que el trabajo diario. Sea quizás la magia del tiempo que no pasa cuando el sitio no cambia lo que hace que El Parlamento sea la llave para todo lo que necesita un rato de charla.
Vale.
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