Parece una tontería

Sin franqueza, por favor

Juan Tallón

Juan Tallón

Hubo un tiempo en el que la vida privada se caracterizaba, curiosamente, por ser privada. Ya no. Ahora tus asuntos te pertenecen a ti, y seguramente a todo Cristo. Y, sin embargo, una vida normal, razonable, se hace difícil sin conversaciones privadas y francas. Para que una amistad funcione, para que funcione una relación, una familia, un negocio, incluso un Estado, tienes que poder pronunciarte en algún momento con franqueza, bajo la tranquilidad de que no serás escuchado y de que esa conversación no saldrá del círculo en el que se produjo. Pero ¿cómo? La franqueza deja ya muchas huellas, y antes o después sale a la luz. Vivimos inmersos en una estructura de vigilancia constante. ¿Cómo estar del todo cómodo haciendo una confidencia?

Frases, decisiones, movimientos, ideas, tienden cada vez más a quedar registradas, de modo que pueden ser descubiertas. Pocas cosas se pierden para siempre en la discreción. En el momento menos pensado hallan un resquicio por el que salen y quizá te destrocen de alguna manera. Y es un drama, porque a menudo la supervivencia, el equilibrio mental, pasa por decir a alguien en quien confías que necesitas meterte una raya, que ojalá un tren arrolle a tu jefe, que pondrías una bomba en no sé qué sitio, que fulanito o fulanita, o ambos, son imbéciles, o que te gustaría saltar por la ventana.

Vivimos hace tiempo bajo la amenaza de que los pensamientos expresados en el ámbito privado se hagan públicos. La franqueza podría extinguirse. Nunca mantener un secreto estuvo menos a nuestro alcance. Ya no vives en un mundo en el que los secretos se van a la tumba contigo y alguien más. Basta un micrófono, una puerta mal cerrada, un descuido, por supuesto un teléfono. La tecnología cambió hasta tal punto nuestra existencia que la hace un poco menos nuestra y más de otros. Un teléfono, con sus plásticos, minerales, conexiones, inteligencia, representa una oportunidad, pero sobre todo un peligro. Quizá ha llegado la hora de volver a subir el volumen de la música y bailar pegados mientras nos contamos secretos en voz baja.