Pasado de rosca

Mundo maravilloso

Bernar Freiría

Bernar Freiría

Llámame Pangloss y súbeme el sueldo

Siempre he creído que nuestra sociedad -capitalista, la llaman algunos- es una perfecta meritocracia. Si a esto añadimos el axioma incontrovertible de que cada uno puede llegar hasta donde quiera con tal de desearlo, mi convencimiento de que vivimos en un mundo donde rige la justicia cósmica está definitivamente asentado. Ya decía Gottfried Wilhelm Leibniz que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Y constantemente pasan cosas que refuerzan esa sólida creencia. Por ejemplo, a Antonio Garamendi, presidente de la confederación de empresarios, la CEOE, le ha bastado desearlo para que se le asignase una retribución de 380.000 euros anuales. Sin duda se lo merecía: posee un intelecto superior. Eso explica que yo, mucho más limitado que él en cuanto a inteligencia y a emolumentos, sea incapaz de comprender su argumento para defender que no hay incompatibilidad entre asignarse un salario de seis cifras a la vez que se opone a la subida del salario mínimo interprofesional -1.080 euros en 14 pagas, 15.120 euros anuales, unas 25 veces inferior al de Garamendi-: «Es como cuando hay una violación y dicen que la chica iba en minifalda», ha afirmado Garamendi refiriéndose a las críticas que ha recibido. Se me escapa totalmente la relación que hay entre una cosa y otra. Pero ya digo, eso solo prueba que el intelecto de Garamendi está en otra dimensión.

Física elemental

Les propongo un problema de física elemental a los parlamentarios europeos que han aprobado el martes pasado la prohibición de fabricar en la UE vehículos de combustión -de gasolina, de gasóleo o híbridos- a partir de 2035. Teniendo en cuenta que en la Unión Europea hay 282 millones de vehículos, y estableciendo que la potencia media de esos vehículos sea de 100 CV, para redondear, calculen sus señorías la cantidad de megavatios de generación eléctrica que habría que instalar para poder satisfacer la demanda que plantearía esa misma cantidad de coches eléctricos. La segunda parte del problema sería que especificaran de qué manera se va a proceder a generar ese inmensa cantidad de megavatios excluyendo del mix energético los combustibles fósiles, porque si no estaríamos en la misma. Como ejercicios complementarios sugeriría que calcularan la cantidad de tierras raras que se necesitarían para fabricar las baterías capaces de almacenar esa inmensa cantidad de megavatios y se cotejara con las reservas actuales y calculadas de esas tierras raras. Planteo, por último, que propongan una solución logística al transporte por carretera de larga distancia, teniendo en cuenta el tiempo de carga de un camión de gran tonelaje y los kilómetros de autonomía que proporciona una carga completa de sus baterías. Dejaremos sin plantear el problema de la planificación de una operación salida en periodo vacacional de millones de coches, por ejemplo en España, y las colas en las estaciones de servicio, teniendo en cuenta el tiempo medio de recarga. Por cierto, legislar sin haber resuelto estos problemillas de física elemental se podría llamar voluntarismo.

En los palacios y en las cabañas

Hay que reconocer que, después de una ristra de presidentes españoles a los que, como consecuencia de no dominar idiomas y de otras carencias personales, se los veía deambular tristemente solos y perdidos, es una gozada ver a Sánchez, tan alto, tan guapo, tan english fluently speaker desenvolverse como Pedro por su casa en los encuentros de mandatarios internacionales. Qué donosura, qué aplomo, qué dominio de las escenas en las que sus predecesores solían naufragar, por mucho que imitaran un acento tejano de atrezo. Solo por verlo así de rutilante en los foros internacionales valdría la pena votarlo. Y si creen que no, imaginen a Feijóo en Bruselas falando galego. Pero ¡ay! nunca la dicha es completa. Descorazona ver al mismo Sánchez jugando a la petanca con unos jubiletas de Coslada y constatar lo desubicado que andaba. Y no te digo nada de su incapacidad manifiesta de tener una charla tomándose un cafelito en la humilde casa de dos jóvenes perceptores del salario mínimo en Parla, con cuya proximidad se pretendía que se le pegara al galán políglota el redentor aroma del buen pueblo. «Yo a las cabañas bajé, yo a los palacios subí», decía el Tenorio de Zorrilla. Al donjuán de nuestro presidente se diría que le va más la subida a los palacios que la bajada a las cabañas.

Suscríbete para seguir leyendo