Todo por escrito

El wu wei

Gema Panalés Lorca

Gema Panalés Lorca

Tomando café en una terraza el otro día, se me acercó un hombre muy delgado cargado con una bandeja de cactus: «Mi niña, ¿quieres ayudar a un hombre que acaba de salir de la cárcel con una ayuda? ¿Te gustaría comprarme un cactus?».

Yo le contesté que no llevaba suelto (esta vez, era verdad) y el expresidiario se dirigió a los jóvenes de la mesa de al lado, que también rechazaron su oferta.

—¿Seguro que no queréis ayudarme? Mira que hoy vendo, pero mañana atraco, que estas cosas no se pueden dejar de golpe— nos advirtió el hombre medio en broma, medio en serio.

La amenaza velada del vendedor de cactus me pareció de una lucidez y honestidad brutal, porque, efectivamente, hay hábitos, vicios y costumbres que no se pueden abandonar de un día para otro. Por supuesto, siempre hay alguna honrosa excepción, como un profesor mío del instituto, que aseguraba haber dejado de fumar de la noche a la mañana, sin más ayuda que su fuerza de voluntad: «Me fumé el último cigarro hace veinte años y no he vuelto a probarlo. Lo dejé de un día para otro, sin nada, solo fuerza de voluntad», nos decía orgulloso. Su hazaña debió ser tan épica que quedó grabada a fuego en su psique y la repetía en cada clase. No recuerdo el nombre del heroico profesor ni la asignatura que nos daba, pero jamás olvidaré su mirada melancólica mientras rememoraba extasiado «ese último cigarro de hace veinte años». Al escucharlo siempre me entraban ganas de fumar.

Pero, ¿qué es la fuerza de voluntad? En nuestra sociedad de la hiperactividad, tenemos que hacer cosas constantemente o somos acusados de vagos. Debemos irnos de vacaciones a un destino carísimo a la altura de Instagram, aprender la última coreografía de TikTok, tener trabajos dignos de nuestro perfil de LinkedIn, ponernos en forma para nuestros insaciables ‘followers’, ver la última serie de Netflix y comentarla en Twitter, comprarnos una casa, un coche y un perro que hagan juego... ‘Hacer’ es la condición que posibilita el ‘mostrar’ o ‘exhibir’.

Sin embargo, ¿qué me dirían si les digo que la verdadera fuerza de voluntad es ‘no hacer’? Sí, quedarse quieto y paradito, no mover un solo dedo. Esta fuerza de voluntad a la inversa se llama ‘wu wei’, un término filosófico chino que proviene del taoísmo y que señala que la mejor manera de enfrentar una situación, especialmente si es conflictiva, es ‘no’ actuar. Para el expresidiario vendedor de cactus es ‘no’ perpetrar atracos y para mi profesor de instituto era ‘no’ fumar. Esto para mí es lo admirable: la ‘no acción’ como forma de mejorar tu vida y la de los demás.

Hay que tener en cuenta que no actuar no es sinónimo de pasividad absoluta. Se trata de no forzar las cosas y actuar solo cuando sea necesario (Lao-Tsé lo aplica al arte de gobernar un reino), ya que muchas veces las acciones pueden destruir más que crear. Lo que sucede es que en ocasiones poner nuestra voluntad al servicio del ‘no hacer’ es realmente complicado, ya que requiere contención y serenidad de espíritu, dos valores que no cotizan precisamente al alza.

Pero si lo pensamos bien, en esta vida en la que andamos tan ansiosos y justos de tiempo, el wu wei puede ayudarnos a racionalizar nuestra energía, elegir nuestras batallas y distinguir lo accesorio de lo importante. ¿Y si para conseguir aquello que queremos solo tuviéramos que dejar de hacer lo que estamos haciendo? La forma de pensar de nuestros vecinos asiáticos nos enseña que a veces con ‘no hacer’, ya hemos ganado.

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