Luces de la ciudad

La vida es bella

Ernesto Pérez Cortijos

Hace unos días, a una hora temprana, me sorprendió la primera luz del alba. El sol comenzó a salir lento y perezoso, sabiéndose observado, mientras el cielo se trasformaba con rapidez en un enorme lienzo coloreado por multitud de tonalidades de amarillo y rojo. Y no, no me encontraba en el Cuerno de Oro en Estambul o en el Parque Nacional de Serengeti en Tanzania o en la Isla de Pascua en Chile, lugares donde, dicen, se puede contemplar algunos de los amaneceres más bonitos del mundo, si no que circulaba por la autovía A7 dirección a la capital y en el horizonte se perfilaba la silueta de la Sierra de Carrascoy.

Quizás porque ya no me acuesto tan tarde o porque ya no me levanto tan temprano, hacía mucho tiempo que no veía un amanecer. Sé que, para muchos, éste será un hecho cotidiano, bien por obligación o bien por puro placer; sin embargo, para mí, ese instante fue especial, sentí que estaba siendo testigo de algo verdaderamente hermoso.

Esta sensación me hizo recapacitar sobre las cosas bellas que nos rodean y la necesidad vital que tenemos de ellas. Para Dostoievski, «la humanidad puede vivir sin ciencia y sin pan, pero sin la belleza no existiría razón para permanecer en este mundo». Puede que demasiado contundente el amigo Fiódor, pero ¿podríamos imaginarnos un mundo lleno de cosas estéticamente horribles? Antes, deberíamos saber cómo concebimos la cualidad de lo bello.

¿Qué es la belleza? pregunta Sócrates a Hipias en el diálogo de Platón titulado Hipias Mayor. Este le responde con una larga lista de cosas bellas: una muchacha bañándose en el mar, esa estatua situada en el ágora, la escultura de Fidias... a lo que Sócrates replica que él no le había pedido ejemplos de cosas bellas, sino que le dijera qué es la belleza.

A pesar de que Platón defiende en este diálogo la imposibilidad de definir la belleza, la RAE lo hace como «aquello que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y por extensión al espíritu». Pero, ¿hemos aprendido realmente a contemplar y escuchar esa perfección para obtener el beneficio de la belleza o simplemente nos dejamos deslumbrar por llamativos fenómenos de la naturaleza, paisajes sorprendentes o grandes composiciones musicales?

Sócrates, en su diálogo con Hippias, sostiene que la belleza es relativa, porque todas las cosas son a la vez bellas y feas, y recuerda la famosa frase de Heráclito: «El mono más bello es más feo que el más feo de los hombres y la muchacha más bella es fea comparada con las diosas».

Sin embargo, David Hume, filósofo escocés del siglo XVIII, defiende el poder de la subjetividad cuando asegura que «la belleza de las cosas existe en el espíritu que las contempla».

La belleza también forma parte de las decisiones que tomamos a diario. Nosotros seleccionamos el arte que queremos ver, los lugares que deseamos visitar, la ropa que usamos o la decoración de nuestras casas. Decidimos, por tanto, qué es lo que nos parece bello, incluso las cosas más simples: una piedra, el tronco de un árbol, una lágrima… y todo con un único objetivo: que, a través de ella, nuestra existencia sea más agradable.

Qué más da si es relativa o subjetiva, lo importante es que la belleza está ahí, la que percibimos y la que aún permanece oculta y debemos atrevernos a buscar porque, a pesar de lo difícil que nos lo ponen, creo, sin lugar a dudas, que la vida sigue siendo bella.

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