Entre letras

La limosna que merecemos

La limosna que merecemos

La limosna que merecemos / Francisco Javier Díez de Revenga

Francisco Javier Díez de Revenga

Fulgencio Antonio López Agüera (Cartagena, 1975), licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia y profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES El Bohío de Cartagena, obtuvo el premio Villa de Cox por su libro de poemas Del tiempo y su miseria, que ahora publica Pre-Textos en su colección de Poesía. Este es su primer libro y en él se respira un ambiente de naturalidad y buenas lecturas para analizar la vida y el tiempo desde ángulos muy diversos. El autor, filólogo al fin, deja sentir en su poesía la impronta de los maestros y el encanto arraigado de los mitos literarios, porque en su verso hallamos a Homero, a Virgilio y a Catulo, a Garcilaso, a san Juan de la Cruz y a Góngora, pero también a modelos más cercanos como Borges o Joan Margarit. Pero también están los mitos, los clásicos antiguos, el shakespeariano Rey Lear y nuestro Don Quijote, absorto e irredento, al tiempo que se escucha la trompeta del jazz más rabiosamente clásico y moderno de Chet Baker en un «vamos a perdernos», revivido en intensidad. Mientras, avisa el poeta de que el tiempo y su miseria es el mismo que se escucha en la frase indeleble de Ovidio de que «el tiempo lo devora todo».

Iniciado con una oración a la luz, comienza el poeta su andadura como hacían los clásicos antiguos, evocando a la musa generosa que transferirá la inspiración creadora y conseguirá el milagro de la poesía. Ahora es la luz benefactora la invocada a la hora de iniciar un libro tan bien dotado de intensidades y que se organiza en cinco amplias estancias, en las que se suceden en protagonismo la propia luz ansiada frente a las oscuras preguntas, la lluvia, el sueño, las máscaras de las sombras y el tiempo y su miseria, que da título a todo el poemario.

La obsesión por la luz frente al silencio, el miedo, la tristeza y el dolor enfrentará al poeta a la muerte, mientras el sonido de unas gaviotas se escuchará en la ciudad, lejos de aquella playa soñada y añorada. Surgen puntuales los recuerdos por encima del tiempo, y la memoria recupera la imagen de la madre sorprendida en quehacer cotidiano, al tiempo que, al fondo, suena una conocida pieza de jazz y en el piano de Bach surge la voz de Dios. Quizá la imagen postrera del viejo, descubierto por el lector frente al cristal, esperando el sol del invierno de la infancia, muestra la entereza de tantas reflexiones dotadas de intensa humanidad.

Descubrir la intensidad de la lluvia en el silencio y sucumbir bajo su inevitable atractivo mueve, entre mitos y héroes, pasiones que llevarán al sujeto lírico al sueño de lo vivido. El sueño mismo del que surge la bestia que no se oculta y que solo el alba logrará liberar al doliente envuelto de nuevo en los recuerdos de infancia. La tensión de las edades se hace evidente: infancia y vejez, evocadas desde la madurez presente, en el terco fracaso quijotesco, asumido como símbolo, con la lección aprendida y la voluntad de renacer por encima del infortunio, que transforma el sentido de la vida frente al desánimo. Porque, como se avisa en otro poema conclusivo, somos lo que perdemos, en lo que olvidamos crece la muerte y los recuerdos son la limosna que merecemos.

Interesa destacar cómo López Agüera ha construido sabiamente su libro sin respiro, y ha cohesionado sus diferentes elementos, ya que ha conseguido combinar, en sus composiciones, la reflexión extensa del poema distendido y admirablemente acompasado en dilatada reflexión con el poema breve, sucinto, casi japonés con la sutileza aguda de los vivaces haikús. Sin olvidar que junto a la silva extensa son muchos los sonetos impecables que, en su ritmo perfecto, muestran la calidad de una estructura ideal para volver a dar vida a tantos mitos y tantas desdichas. Así se insiste en la parte final del poemario, la que trata del tiempo y de su miseria, del cadáver del gran Héctor, del San Andrés de Ribera, del San Pedro de Caravaggio y de las palinodias del mito de Helena entre trágicas tensiones y mitos surgidos, como se dice contundentemente, del tiempo y su miseria.

Acaso por todo ello hay que afirmar que el mayor acierto de este libro, nutrido muy bien de sutiles logros, está en su construcción general en la que, combinando tensiones y distensiones, se logra un libro que por encima de todo es desde el principio al fin, buscando en cada verso lo que queda tras las palabras, una reflexión sobre el tiempo y su miseria.

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