Luces de la ciudad

Y los sueños, sueños son

Ernesto Pérez Cortijos

Ernesto Pérez Cortijos

Hoy he soñado que mi mente, como en Matrix, se encontraba presa en un universo virtual gobernado por las máquinas mientras mi cuerpo yacía inerte en el interior de una placenta en el mundo real. Justo cuando el Morfeo de turno me daba a elegir entre la pastilla roja o azul, la alarma programada del teléfono móvil ha sonado.

Me despierto y regreso al país de lo cotidiano, sin embargo, no consigo diferenciar con nitidez la línea que separa mi sueño de la realidad y me pregunto si no estaremos siendo víctimas de un complot perfectamente urdido por las máquinas para hacerse con el control absoluto de nuestras vidas.

Estamos rodeados de artefactos que consideramos nuestros aliados porque nos hacen la vida más cómoda, y puede que sea así, pero su verdadera intención es convertirnos en unos inútiles cada vez más dependientes de ellos. «La máquina ha venido a calentar el estómago del hombre, pero ha enfriado su corazón», decía Miguel Delibes.

Ahora, seguimos las indicaciones del GPS como si estuviéramos abducidos por él. Nos lleve adonde nos lleve. ¿Qué será de aquellos mapas de carreteras desplegables que guardábamos en la guantera del coche?

Ahora nos resulta imposible memorizar los números de teléfono de las personas más allegadas cuando antes éramos capaces de recordarlos casi todos de cabeza. Yo aún me acuerdo de algunos, fijos, por supuesto.

Ahora, evitamos retener información porque la guardamos en los ordenadores a los que consideramos una extensión de nuestra memoria.

Ahora, un apagón tecnológico podría provocar una catástrofe mundial.

¿Dependencia? No, qué va. Que levante la mano el que pueda estar más de una hora sin el móvil o sin conexión wifi y no entre en pánico.

Las máquinas conocen nuestro historial clínico, saben adónde vamos y cuándo, en qué momento salimos o entramos a casa, si gastamos más o menos dinero, hasta nos encienden o apagan las luces al escuchar nuestra voz. ¿Y qué sabemos nosotros de ellas? Sin duda, Andy Warhol estaría encantado con esta situación, ya que, según sus propias palabras, a él le hubiera gustado ser una máquina porque consideraba que éstas tenían una vida más fácil.

También la robótica lleva varios años implantada en nuestro presente. Máquinas con inteligencia artificial que hacen más llevaderas las tareas del hogar: robots aspiradores, de cocina (ay, por dónde andará ese olor a sofrito que antaño inundaba toda la casa), limpia fondos de piscinas, de vigilancia... pero también los industriales que han conseguido grandes avances en sectores como la medicina o la educación.

Según Víctor Hugo, «las que conducen y arrastran el mundo no son las máquinas, sino las ideas», sin embargo, conscientes o no de ello, nos hemos convertido en sus esclavos. Las máquinas pronto usurparán el poder y seremos reemplazados por humanoides, simplemente, porque nosotros no sabremos hacer nada.

Si mi sueño no hubiera sido interrumpido precisamente por una máquina, ¿qué pastilla habría elegido? ¿La roja o la azul? Sí, exacto, esa misma, porque si algo me preocupa realmente es llegar un día a la tasca de mi parroquia y que no esté Pepe, el camarero de toda la vida, y en su lugar, encuentre tras la barra a un androide. ¿Soportará entonces Pepeonix o Pepetronic o como se llame el robot mis disertaciones futboleras, políticas y económicas? Seguro que la caña del aperitivo estará igual de rica, pero ya no será lo mismo.

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