De cine

Guillermo del Toro: el regreso de Pinocho

Guillermo del Toro: el regreso de Pinocho

Guillermo del Toro: el regreso de Pinocho

Ando estos días por Lorca en busca del tiempo del perdido. Desde que vivo fuera de España, las pocas veces que vuelvo a casa me divido entre visitas familiares y duelos de sobremesa con viejos amigos en una especie de contrarreloj ciclista donde hasta el último segundo ha sido previamente calculado. Estos reencuentros están cargados de grandes esperanzas, han estado planeando sobre nosotros desde hace meses y se reciben siempre con enormes expectativas. Pero llegado un punto, a eso de la enésima comida, resulta inevitable sentirse saturado. A mí entonces me gusta refugiarme en la biblioteca de mi padre, un pequeño laberinto de 2x2 con revistas del National Geographic y demás tesoros arqueológicos encontrados en los quioscos durante más de 30 años.

Observo que los libros infantiles se han apoderado de una parte importante del territorio y La Aventura de la Historia, por primera vez en décadas, comienza a verse amenazada. De entre las últimas adquisiciones me llama la atención una serie de cuentos basados en las míticas películas de Disney. En una estantería sobrevuelan Peter Pan, Dumbo, El rey Arturo, Robin Hood o El libro de la selva. De todos esos fragmentos de infancia me decido por Pinocho, el nuevo trabajo de Guillermo del Toro aún ocupa los primeros puestos en Netflix y me ha hecho volver atrás como pocos títulos en el cine reciente.

Paso las páginas y allí sigue intacta aquella historia oscura del legendario niño de madera. Recuerdo de pequeño haber seguido ese viaje a los infiernos con verdadero horror. La parte del parque temático en la que fumaba y se emborrachaba hasta convertirse en burro es una de las escenas más espeluznantes que he visto nunca. Siempre que se mencionan las grandes obras de terror me aseguro de que no falte este importante capítulo camuflado en forma de dibujos animados.

Con estos antecedentes autobiográficos me dispuse a ver la versión de Guillermo del Toro hace unas semanas. Creo que el director mexicano acierta mostrando en el comienzo de la película los orígenes de Pinocho, una incógnita que no despejaba la original de Disney. En esta nueva aventura se muestra a Gepetto junto a su hijo en un pueblo italiano. Son apenas diez minutos donde cabe toda la felicidad del mundo hasta que una bomba caída del cielo se lleva por delante la vida del pequeño. Es entonces donde el metraje adquiere esa atmósfera turbia y despiadada tan característica en la filmografía de Del Toro y que ya servirá de hilo conductor hasta su desenlace.

A pesar de ser esta una geografía bien conocida para Del Toro, Pinocho parece flaquear en estos derroteros. Ni el fascismo de los años 40 elegido como telón de fondo, ni la interpretación de los personajes secundarios tienen la fuerza necesaria para mantener a flote el mítico drama. Para mí es especialmente decepcionante la irrelevancia de Pepito Grillo y la manera tan inexplicable en la que aquellas amistades peligrosas, con el honrado Juan y Polilla a la cabeza, han desaparecido. Tengo la eterna sensación de que su autor se ha olvidado de la esencia de la trama tratando de buscar nuevas fórmulas para dejar constancia de su particular universo cinematográfico.

La otra ausencia notable es el hecho de que este Pinocho no ofrece el menor atisbo de terror. Aquí no estoy muy seguro de si esto se debe a que he dejado de ver las películas con los ojos de un niño, o de si verdaderamente la creación ha perdido su esencia y ha quedado como un simple juguete roto de su director. El resultado es, en cualquier caso, demoledor y me provoca una profunda desilusión.

Sobre el papel, Pinocho era una historia que parecía hecha a la medida de Guillermo del Toro, pero el resultado final ha quedado muy lejos del nivel exhibido en otros títulos de su filmografía.

Esto pone de manifiesto, una vez más, que las obras de Disney, los clásicos, son invencibles.

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