Así somos

El maestro que no escribía

Mezquita de Abu al-Abbas al-Mursi en Alejandría.

Mezquita de Abu al-Abbas al-Mursi en Alejandría. / L.O.

Esta es una época rica en celebraciones tradicionales religiosas, seglares, culturales y festivas (alcohólicas también) entremezcladas. En la senda religiosa y cultural es buen momento para resaltar la rica aportación a las corrientes místicas que atesora nuestro territorio. Entre todos destaca la figura imponente de Abenarabi, uno de los grandes maestros del sufismo, corriente mística del Islam, que es con seguridad el murciano más universal.

Sin querer restarle méritos a Ben Arabi, mi sufí favorito es el maestro Abu al-Abbas al-Mursi (1219-1287), natural también de Murcia (al-Mursi quiere decir aquí el murciano), posiblemente de familia de comerciantes, que se vio obligado junto con sus parientes a dejar estas tierras con destino al norte de África. Escapaban del cúmulo de pérdidas y desgracias que sufrieron con la llegada de las tropas y mesnadas cristianas, en busca de una vida mejor, acorde con su lengua, cultura y religión. Como muchos andalusíes se dirigieron al Norte de África, primero a Túnez, donde conoció a su guía espiritual y desde allí hasta Alejandría, donde impartió enseñanzas el resto de su vida, rodeado de múltiples seguidores.

Hay dos diferencias entre los dos maestros que siempre me han llamado la atención. Mientras que Abenarabi salió de la ciudad cuando era aún un niño, Abu Al-Abbas lo hizo a la edad de 22 años. Con independencia del trauma personal de la emigración, se deduce que su arraigo en nuestra ciudad era muy importante.

La segunda diferencia es más llamativa y con más repercusiones. Abu al-Abbas no dejó textos escritos sino una importante tradición oral que siguen hoy en día muchos fieles. Posiblemente la gran producción bibliográfica haya contribuido a que Abenarabi sea mucho más conocido, dicho sea también con el mayor respeto. Esto resalta más la riqueza del legado de Abu al-Abbas, y la prueba material de ello es que la principal mezquita de Alejandría, segunda ciudad egipcia, construida por primera vez en 1307 y reconstruida y rehabilitada varias veces, está dedicada a este murciano ilustre, donde está enterrado. Esta ciudad, sede de la Gran Biblioteca que se perdió hace siglos a causa de las llamas y los saqueos, alberga actualmente la Biblioteca de la Unesco, la monumental Bibliotheca Alexandrina. 

El contraste entre el místico que no escribía y la biblioteca de libros en la misma ciudad es llamativa. La tradición oral ha resultado ser casi tan fuerte como la escrita. Las ideas platónicas, de desconfianza o rechazo hacia lo percibido por los sentidos, que contienen sus enseñanzas se combinan con las críticas a la transmisión y asimilación de la sabiduría a través de la escritura que Platón pone en boca de Sócrates. La palabra escrita no facilitaría, según el filósofo, el ejercicio de la memoria y no permitiría que el conocimiento se grabara y utilizara adecuadamente.

Los esfuerzos hechos en promover la figura de Abenarabi en la región, en el resto de España y en el extranjero, han sido encomiables, pero creo que todavía son insuficientes. Por otro lado, no encuentro razones de fondo para no prestar más atención al maestro Abu al-Abbas. Sorprende que aquí no sepamos ver cómo uno de nuestros grandes hombres podría ser un puente que sustentara un lazo más fuerte entre pueblos, culturas y países distintos. No perderíamos mucho si nos animamos a estrechar las relaciones con Alejandría, y con su gran biblioteca contemporánea, sobre la base de una tradición cultural, labrada durante siglos y de gran prestigio humanístico, más allá de los valores religiosos y místicos que encierra.

Suscríbete para seguir leyendo