Cartagena D.F.

Nochebuena

Andrés Torres

Quienes no hayan tenido la oportunidad de visitar el Belén municipal y monumental en la plaza de San Francisco en Cartagena y tengan la posibilidad de hacerlo que no lo duden. Es una auténtica joya con más de 700 figuras que los encargados de montarlo colocan con mimo y esmero, con la misma ilusión que un niño cuando instala el de su casa y sitúa a los pastorcitos y a los animales que los acompañan. Además, se preocupan de innovar y en ese empeño de que sirva para rendir homenaje al patrimonio de la ciudad, han incorporado este año la reproducción a escala del Faro de Navidad y también del Fuerte, donde, además, se alojan los grandes protagonistas de todo el conjunto, el Niño, María y San José. Las impresionantes miniaturas del Arsenal Miltar o del Teatro Romano y de muchos otros monumentos que se lucen a lo largo de las escenas del Belén no defraudan a nadie, pero por muy boquiabiertos que nos deje tanto arte, nada logra distraernos de que el principal objetivo del paseo por la carpa que protege la instalación es ver dónde está el Nacimiento.

De hecho, la Sagrada Familia en ese primer momento, bajo un frío y desangelado portal y calentados por el aliento de una mula y un buey son la escena central de todos los belenes de todas las casas, las plazas y las ciudades de todo el mundo. Felicito a nuestro Consistorio no solo por mantener esta tradición de montar el Belén, sino sobre todo por contar con artesanos tan implicados para instalar el que probablemente sea el mejor de la Región y mucho más grandioso y espectacular que muchos que se ven en grandes ciudades de España y de Europa, aunque igual es solo fruto de mi orgullo patrio.

Espero y deseo que lo sigan instalando muchísimos años, aunque me temo que cualquier día de estos surgirá un partido político o cualquier colectivo que reclame que las figuras de Herodes, Melchor, Gaspar y Baltasar o los inocentes angelitos son algo así como un atentado hacia sus creencias o una intrusión en su libertad de elección u otros argumentos por el estilo y empecemos a plantearnos dejar de montar el Belén. Confío en que no seamos tan torpes en un futuro que puede parecer lejano, pero que tal vez está más próximo de lo que podamos pensar. Porque lo que no origina ningún tipo de dudas es que la Navidad primigenia, la que celebra el nacimiento del Hijo de Dios, la llegada del Mesías que vino a salvar al mundo de sí mismo pierde terreno a pasos agigantados. Basta con salir a comprar adornos para estas fechas por las tiendas de la ciudad. Encontraremos Papás Noeles y renos a mansalva, gnomos y hadas de todo tipo y condición, muñecos de nieve, lucecitas de todos los colores y árboles con bolas de todos los tamaños. Lo que será todo un reto es hallar un Nacimiento, salvo en locales especializados o en los chinos, esos que tienen hasta aquello que nunca pensaste que podrías necesitar.

Podemos creer en lo que creamos y hasta no creer en nada. Podemos convertir la Navidad en una época más de fiesta como cualquier otra. Podemos incluso no celebrarla, porque no nos guste. Lo que no podemos negar es cuál es su origen. Por mucho que algunos se empeñen en hacerlo desaparecer esgrimiendo ofensas o faltas de repesto. ¿Acaso no lo es imponer la retirada de los Nacimientos para quienes sí queremos seguir celebrando la Navidad como lo que fue, es y será?

Reitero mi enhorabuena a nuestro Ayuntamiento por el hecho de que la visita a nuestro Belén, el de todos, siga siendo uno de los principales reclamos de Navidad. Y también por esa maravillosa iniciativa de convocar un concurso de belenes entre familias, comercios y empresas, porque contribuyen a mantener una tradición que algunos quieren eliminar.

Además, no sería malo recordar, empezando por los propios católicos que defendemos el arraigo de estas tradiciones, que ese niño que vino al mundo hace más de dos mil años como Dios y como Rey de los judíos lo hizo sin luz, sin calefacción y con poco más que abrigarse que el calor de su Madre. No digo yo que vayamos por el mundo en plan peregrino desprendidos y hay servicios que se han convertido en necesidades básicas a las que todos deberíamos tener acceso. Pero tampoco es sano cómo nos vemos atrapados en largas colas y carreras de última hora arrastrados por un consumismo exacerbado que nos lleva a derrochar incluso por encima de nuestras posibilidades.

Vivimos días convulsos en un mundo alocado y creamos o no en ese pequeño que nació en Belén hace dos milenios, deseo que todos nos contagiemos de la paz que vino a traernos y que tanto necesitamos. Feliz Navidad y que esta Nochebuena sea tan buena noche y tan feliz como aquella primera que vivieron Jesús, María y José, con poco más que el rebosante amor que se tenían.

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