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‘Autodefensa’, ¿crítica o celebración?

Protagonistas de 'Autodefensa'.

Protagonistas de 'Autodefensa'. / Filmin

Lola López Mondéjar

¿Qué puede hacerse si lo cotidiano se convierte en canónico? Geert Lovink

Cuando visioné la primera temporada de la serie de Filmin, Autodefensa (guion de Berta Prieto, Belén Barenys y Miguel Ángel Blanca, dirigida por este último y protagonizada por las dos primeras), no supe qué opinar más allá de la excelente interpretación de las protagonistas, con tanta naturalidad y frescura que a menudo parecía que se tratase de un documental, tan espontáneas resultaban ciertas escenas. La serie refleja el mundo de cierta juventud urbana que existe no solo en el barrio barcelonés de Gracia; una juventud que pone en el centro de sus vidas la libertad sexual, la fiesta y las drogas.

Las protagonistas son jóvenes cuyo origen desconocemos, al parecer rural en el caso de Berta, como también su ocupación; prendidas de los móviles y de las redes sociales, donde Belén se suma a la multitud de youtubers que las pueblan. El formato en capítulos de menos de quince minutos le favorece, si bien se trata de una serie sin argumento, donde el hilo conductor es, precisamente, las idas y venidas de las dos protagonistas en el ejercicio de una libertad osada y sin complejos, imprudente e impúdica la llaman los creadores, como parecen querer subrayar en cada momento, hasta la última escena del capítulo final.

El reflejo que la serie ofrece, con algunos experimentos formales que ya no lo son tanto, es fiel a la realidad de una determinada juventud urbana, pero ¿debemos conformarnos solo con poner delante del mundo un espejo? Hay quien opinará que sí, pero no es mi caso.

Hemos asistido a dos éxitos en las plataformas que también tienen como tema central la adolescencia y primera juventud, sus aventuras sexuales y las drogas: Euphoria, de Ron Leshem y Daphna Levin Tmira Yardeni (HBO, 2019), y Podría destruirte, de Michaela Coel (HBO, 2020). En ambas, esa etapa de crisis y sus incertidumbres son los ingredientes que estructuran unas historias de búsqueda de identidad, de perplejidad y sufrimiento, de encuentros y amistades, de relaciones paterno-filiales, de abusos y de elaboración de pérdidas y de duelos, que configuran una compleja red de lazos humanos en constante movimiento. En ambas, el trabajo, por ejemplo, aparece también como necesidad y como eje (cosa que no ocurre en Autodefensa); en ambas, los directores ponen un espejo delante de una realidad y la exploran, conservando un punto de vista crítico con lo que muestran; hay transformación en los personajes, se advierte autorreflexión. En Euphoria, el sufrimiento de su protagonista, la búsqueda de afecto más allá de la sexualidad, su combate contra las drogas, nos indica que lo que ahí se observa no se ofrece como modelo sino para ser interrogado; en Podría destruirte, la auto-reparación de una violación a través de la escritura, la interpelación de uno de los protagonistas al sexo sin afecto, el muestrario de distintos modos de consentimiento viciado, se exponen desde una rotunda distancia crítica, la que adopta su directora, Michaela Coel. Y simplifico mucho.

Sin embargo, ¿qué nos encontramos en Autodefensa? Es cierto que el tono paródico, incluso el humor, aparece en algunos episodios. En el primero, por ejemplo, Berta masturba al chico que teme haberla ofendido la noche anterior para que se quede tranquilo, al modo en que las histéricas eran ‘consoladas’ por los médicos del XIX acariciando manualmente su clítoris, antes de la invención del consolador, que se inventa, precisamente, para evitar las tendinitis que la terapia producía en los galenos. En Malas, ambas protagonistas asesinan a un chico gordo y bonachón al que una de ellas odiaba desde la escuela. El tono paródico, decía, que se aprecia en estos y otros episodios no es suficiente para que el reflejo en el espejo deje de ser solo un reflejo. Ya que, a nuestro entender, falta el punto de vista de los creadores. ¿Qué han querido mostrar? ¿cuál es su intención? En Autodefensa hay historias pero no narración, la misma ausencia de relato de la que adolecen los individuos de la modernidad tardía que la protagonizan.

La intención aparente es una fiesta, un elogio a la ‘libertad’ que exhiben las protagonistas, al libre ejercicio de las pulsiones, un canto al presente sin perspectiva. Es cierto que, para la generación que retrata, el futuro no es nada halagüeño, que el refugio en las drogas, la osadía, la amistad y la sexualidad parecen ser la única salida que encuentran en el oscuro mundo en el que les ha tocado vivir. Pero es que no aparece ni siquiera como oscuro, ellas triunfan finalmente, amenazando a un director que pretende contratarlas si aceptan que abuse de ellas, y se muestran vengativas, eufóricas y felices. Apenas encontramos algún atisbo de búsqueda que no sea una retórica hueca que no se corresponde con sus actos. Ni siquiera en el capítulo Ansiedad observamos el sufrimiento. La crítica está también ausente.

Aclaran en Filmin que ellas se divierten en defensa propia. ¿Quiere esta advertencia guiar la recepción? ¿Se defienden las chicas de los agravios de los hombres, como sugieren algunas escenas? Las declaraciones y referencias feministas son constantes, pero esa autodefensa se realiza a través de un empoderamiento que reproduce los peores modos de la masculinidad hegemónica. Las chicas se defienden de los chicos, imitándolos. Y los chicos son patéticos, los pobres, excepto el breve cameo de Eloy Fernández Porta.

Quisimos dejar estas objeciones en suspenso durante la primera temporada, en espera de que la segunda orientara el conjunto, pero cuando ésta llegó las esperanzas de que se dirigiera a algún sitio se vieron truncadas. Manifiestamente peor que la primera, más breve, como si las ideas se hubieran agotado, como si ya no hubiera nada más que mostrar, ningún puerto al que llegar, la serie se acaba en el mismo punto que comienza: la fiesta y las conductas gamberras. Solo el temor de volver a casa que conduce a las protagonistas a la búsqueda desesperada de un after que demore el regreso, entreabre una puerta hacia el desconcierto y, quizás, el vacío que, sospechamos, anida en el interior de unas jóvenes que no parecen tener proyecto alguno ni ir a ninguna parte, como tampoco el recorrido de estos diez capítulos.

Quizás guionistas y director hayan querido decir, simplemente, eso: no hay plan, no hay futuro, solo eterna repetición. Pero esta propuesta calificada de ‘fresca’ tiene a su vez efectos miméticos entre los jóvenes espectadores que atraviesan una etapa sensible y de intensa búsqueda de identidad. Si bien este es otro tema.

Pretenciosa a veces, con homenajes explícitos, pretendidamente intelectuales como el del capítulo IX, El evangelio según Berta y Belén, en el que las protagonistas, passolinianas ambas, recitan su evangelio con imágenes en blanco y negro y un texto poco elaborado donde resumen la identidad externalizada que proponen, dependiente de las redes (sois los likes, aceptar todas las fiestas…); y donde, aquí sí, denuncian y anuncian la identidad del futuro: nosotras somos la gente del futuro.

¿Crítica o celebración de una generación herida y a la deriva? El resultado es ambigüo, un producto que merece la pena comentar, aunque solo sea para observar la individualidad hueca que estamos construyendo y la necesidad de interrogarnos al respecto.

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