La Opinión de Murcia

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Luces del tiempo

Esteban Vicente, Harriet,1984

En Las Claras, antiguo convento, edificado sobre un palacio, donde anida el tiempo y permanecen, como desnudos, a la vista del visitante restos arqueológicos. Recinto sagrado, habitado por el silencio, la oración, los pasos reposados y la contemplación, durante siglos. Aún oímos la vieja campana de la iglesia. En el bajo y sótano de una de sus dependencias, convertida en sala de exposiciones, estos días hasta el 8 de enero el visitante dispone de una amplia colección de las obras del pintor Esteban Vicente, segoviano, amigo de Bonafé, colaborador en Verso y Prosa, revista donde Juan Guerrero y Jorge Guillén recogieron parte de aquel mágico 27.

Esteban Vicente, nacido en 1903, cuya vida transcurre desde 1936 en Estados Unidos, donde se adscribe al movimiento abstracto, declara que la luz es el color, de ahí esas gradaciones sutiles con que da cuenta del interior, especie de paisajes donde el visitante se ve apresado por visiones acordes con la serenidad del lugar.

Conviene que quien se acerque a estos cuadros, lentamente recorra las salas, y una vez que lo haya hecho, debe volver, porque exigen muchas horas.

sólo los cuadros miran a los cuadros, hay un silencio monacal, recuerdo Las Alamedas que conocí de adolescente, los árboles hablaban y podía oírlos. De repente me he detenido ante uno de aquellos lienzos, el pintor lo tituló Harriet, nombre de su compañera y esposa. Diré lo que he visto, aproximaos conmigo, parecen dos piedras, depositadas sobre la superficie del mundo, una de ellas me recordó al meteorito de Molina de Segura, cuando aún no había sido fragmentado, una roca llegada de nadie sabe dónde, desprendida del espacio que por fin descansaba en aquel campo semidesértico; el meteorito estaba junto a otra roca, formaban una buena pareja, como si estuviesen en perpetuo diálogo.

A veces cuando voy a Madrid me gusta visitar el fragmento del meteorito, negro, pesado junto a otros más pequeños. Se encuentra en el Museo de Ciencias Naturales, luego aprovecho para pasar un rato en la vecina Residencia de Estudiantes, me siento en el banco que está frente a la escalerita que permite la entrada, apenas se escucha ya el agua del Canalillo, pero todo sigue igual, como una vieja isla, tal como lo vieron Ortega, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Buñuel, Pepín Bello, Moreno Villa…

Os he dicho que en ese cuadro está el meteorito, conectado directamente con los cielos, caído, mejor, depositado en la tierra, junto a él hay otra piedra, una piedra terrenal. Ambos, meteorito y piedra, parece que se hablan. Si dispusiésemos de un oído finísimo, quizá podríamos percibir parte de esa conversación, pero no es posible, tenemos que imaginarlo. Tratan sobre ellos, la roca que no ha salido de ese valle y el recién llegado que ha olvidado de dónde salió. El resto del cuadro es soledad, semeja una tierra que se confunde con el cielo, es una tierra primera, no descubrimos la intervención del hombre, no hay rastro de campos roturados ni refugio alguno, el mundo es aún virgen.

La línea de arriba evoca un río, la de abajo el mar. Ahora sí que podemos percibir el continuo diálogo, ese rumor del agua que hace rodar las piedras, la ola persistente que cae sobre la arena, sobre la roca.

La naturaleza y el hombre en aquel paraíso tenían una lengua común, pero ahora han entrado en el silencio. El cuadro muestra la mirada serena del pintor. Sus ojos nos llevan al interior y lo hacen a través de la luz, que se muestra en los distintos grados de color. ¿Qué nos dice? Recordad que había un río, que había un mar y que, entre ambos, se cruzaban palabras. Recordad que meteorito y roca están depositados sobre la arena, muestran una paz, un silencio que se parece a un diálogo, ¿qué se dicen?

Luego, vayamos a esa mancha roja, rosada, que parece evocar el amanecer. El hombre y la mujer cada día se descubren, se inventan, asistimos a la creación, la aparición de un hablar conformado por sonidos apenas perceptibles, por fin podemos acceder al tema que tratan. Hombre y mujer se han descubierto, aparecen desnudos como el paisaje. En este jardín se dicen palabras de amor.

Esteban Vicente dejó para Harriet un mensaje: quedémonos a vivir en este cuadro, como si fuésemos rocas de este y de otro mundo. Por eso quiso que sus cenizas fuesen depositadas en el jardín del museo de Segovia, bajo una piedra y, luego, se reunió con su compañera, la otra piedra.

El frío, la lluvia y la nieve del invierno, el intenso sol del verano, caen sobre ellos. Algunas hojas las cubren en otoño. A su alrededor aparece ahora la primavera con todas sus flores.

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