La Opinión de Murcia

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Punto de vista

La restauración del Molino de los Álamos

En memoria de Juan Lasheras,

el último molinero de Murcia

Desde que en Mayo pasado Huermur promoviera la restauración del Molino de Los Álamos que, pese a ser bien de propiedad municipal desde 1987 y a su catalogación desde 2019 por su interés cultural, yacía en el más absoluto abandono por parte de los gobiernos municipales anteriores, desde que la Pasarela de Manterola fuera inaugurada en agosto de 1997, quisiera desgranar unas vivencias personales en torno a este vestigio de la historia de la ciudad de Murcia sin ánimo alguno de entrar en ámbitos históricos para los que no me considero competente.

Es de agradecer que tras tantos años de abandono, la actual corporación municipal haya procedido a la limpieza previa al proceso de la puesta en valor de esta página abandonada de la historia de la ciudad, para lo que bien ha merecido la pena la correspondiente inversión que pronto nos hará gozar viendo actuar a arqueólogos, historiadores y técnicos sobre este ámbito fundamental de la cultura vernácula murciana, que hasta hoy ha sido objeto de estudio de investigadores e historiadores pero es desconocido por la mayor parte de la ciudadanía. Como es de agradecer que Huermur, Asociación para la Defensa de la Huerta de Murcia y la conservación de su patrimonio, haya promovido y conseguido su protección y la del conjunto formado por el azud del Malecón y los dos molinos que existían en sus extremos: el de Los Álamos y el de Roque.

Conjunto enmarcado por un elemento moderno, el puente peatonal aún sin nombre, obra del ingeniero navarro Javier Manterola, que es el principal foco de atención de cuantos atraviesan el Segura por este lugar.

En esta travesía hacia el Plano de San Francisco podemos ver una estructura y unos arcos de piedra que son los restos de aquel vetusto Molino de los Álamos. Tal vez su contemplación no sugiera demasiadas emociones al espectador que no conozca su historia o se deje llevar por el estado de desidia que hasta hoy presentaba. Pero las actuales piedras han sido testigos de muchas horas de trabajo y sudores de quienes año tras años, de día y de noche, aprovechando la fuerza del otras veces incesante y limpio caudal del Segura, convertían en rica harina los sacos de trigo, cebada o panizo traídos desde cualquier rincón de nuestra huerta o en aromático pimentón los sacos de ‘cáscara de pimiento de bola’ traídos desde Santomera, Espinardo, Molina…

Enfrente, al otro lado del azud del río, junto al Plano de San Francisco, se encontraba el Molino de Roque, más pequeño y de menor envergadura, del que la desidia gubernamental sólo nos ha conservado un primer volumen, hoy mirador sobre el río.

El Molino de Los Álamos, aunque por su tamaño no era comparable al Molino de las Veinticuatro Piedras (actual Museo Hidráulico), contaba con ocho piedras, seis de las cuales eran movidas con la fuerza del agua del río, por una misma turbina, además de dos piedras de las llamadas ‘de rodete’, que tomaban la fuerza del agua independientemente de la gran turbina que alimentaba las otras seis. Durante una larga época, la última de su vida, aquella turbina movía a la misma vez que las seis piedras de molino, un alternador o ingenio productor de energía eléctrica que la vertía a la red pública de Hidroeléctrica Española, con la que tenía suscrito un convenio por el cual en los periodos de estiaje o de poco caudal, utilizaba como fuerza motriz de los molinos la energía eléctrica de la red pública, sin costo o en compensación.

Ocupaba uno de los lugares más tranquilos de Murcia, cercano y a la vez separado de la ciudad, rodeado de huertos de limoneros en un sosegado ambiente con el único telón de fondo del murmullo del agua del río o el incesante tableteo de las tarabillas de los molinos. Su único acceso era por la Plaza de la Paja, a través de la desaparecida Calle de Los Álamos.

Bien podría decirse que los versos del poeta de Archena fueron escritos para este rincón:

Perenne, de día y de noche,

dando en la muela salticos

se siente la tarabilla

del molino…

Saltando la tarabilla,

hace caer a chorrico

de la tolva a la solera

el trigo…

Y día y noche semeja

de un corazón los latidos

saltando la tarabilla

del molino…

Vicente Medina

Ojalá la apuesta del actual gobierno municipal por poner en valor el Molino de los Álamos sea el primer paso por recuperar el bagaje histórico en la industria molinera de la que Murcia es depositaria, con una infinidad de molinos que se han dejado arruinar en toda la Huerta de Murcia y con la mayor infraestructura molinera de Europa, el Molino de las Veinticuatro Piedras, infrautilizada, amputada, ‘castrada’, de la que se han dejado perder elementos de un valor incalculable bajo la tutela de alcaldes anteriores, que lo hacen inválido e impracticable.

Todo ello envuelto en regalos envenenados y gestos ostentosos como la elevación artificial de su nivel ecológico y natural, la supresión del azud del Puente Viejo, o la inutilización arbitraria del mayor molino harinero de Europa.

Aún es posible.

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