Mi querida Unzu:

En este momento lo que deseo fervientemente es que te lo pases bien en Las Negras, pero deja para los demás, sobre todo para mí. Lo que me dolió del dedo en el ojo es que fue en un ‘hand off’, una mano con sus cinco dedos en la cara, que es la manera legal que tiene el portador del balón en rugby de decirte «tú no, bicho». Te aseguro que duele más que te hagan el gesto que que te dañen el ojo, y eso te lo puede decir nuestro querido Fermín de la Calle.

Al final acabé en Urgencias, y hay que decir más que para los pocos medios que les ponen, lo bien que funciona, también porque la gente se porta bien un día de agosto de inicio de vacaciones, en una sala de espera. Yo sabía que me tocaba aguantar porque entraba en la categoría de agonías. Lo mío era más que urgencia, desazón aumentada por la mente de guionista de mi madre, que a ver si eso iba a ser un derrame de córnea. ¡Nada como un buen suspense! Pero cuando he visto a alguien salir con una pierna vendada hasta la ingle lo he sentido por los planes de verano que se le hayan podido ir al garete. Sé buena, tómate una a la salud de ellos y a la mía, que me parece que mis escapadas a la playa van ser pocas esta primera semana. El no aguantar la luz del sol me da poca oportunidad y pocas ganas de sentarme en Vera.  

Al final el problema era una infección, parecía el mejor amigo de Drácula parpadeando a la luz del día y lloraba por un ojo. Me he dado cuenta que se me ponen verdes como la albahaca y cerca de la pupila hay unos filamentos dorados. Para ver mis ojos así, tan interesantes, tengo que llorar como una magdalena y no me compensa. 

Que tú, tan alternativa, en Las Negras, y yo, tan convencional, en Vera. Yo sé que nuestro litoral esconde calas magníficas para quedarse en pelotas, pero si estás pensando en hacerlo como ejercicio de autoconocimiento te aconsejo que evites ese lugar oculto y estupendo que conoce el primo de tu amiga, al que hay que llegar como si estuvieras en el antepenúltimo capítulo una novela de Tolkien, casi después de haber hallado una puerta secreta a la luz de la luna y una senda estrecha que entra en Mordor, para encontrarte con que los doscientos mejores amigos del primo también están, tan frescos que parece que los han traído las águilas de los Valar, no como tú, que te has rascado con todas las zarzas del camino. Encima con bañadores y te preguntas: ¿a qué cojones vas a una playa nudista a lucir palmito textil? Ellos, tan elfos, y tú, tan hobbit. Luego tienes que volver porque las águilas no te van a llevar y las zarzas se van a acordar de abrazarte en el camino de vuelta.

Llámame talibán, pero Vera me ofrece la comodidad de quitármelo todo e irme a la playa de manera casi instantánea. Porque el nudismo es un ejercicio de autopercepción también, pero tienes que hacerlo jugando en una liga razonable donde una señora sueca de ochenta años te da la lección de tu vida paseando con todo al aire, con la asumida ruina de los años y las tetas que le llegan al ombligo, preocupándose solo del momento. Y entonces te das cuenta de lo que tienes, que vaya tontería que estés blanca o que te hayas puesto de buen año, y que puedes llorar por un ojo. Hasta que aparece el chulazo de turno que te hace llorar por los dos.

Un beso gordo.