Opinión | Diario de una veintidosañera

Irene Vera

El becario precario

El verano es una época complicada para muchas personas; no, no se preocupen, no voy a hablarles de pobreza energética ni de accidentes laborales ni de cosas serias e importantes porque esto, que no se nos olvide, es una columna de verano. Una columna de verano es algo así como Twitter, salvo que en la aplicación la extensión es menor y aquí, sorprendentemente, me lee más gente. 

Como iba diciendo, no se preocupen porque esta tampoco será una columna seria. Mi hermano dice que estoy obsesionada con la salmonelosis, sí, como lo oyen, y todo porque le digo que no use los cuchillos de haber cortado la carne cruda para otros alimentos que no se vayan a cocinar. El susodicho dice haber visto un tuit en el que ponía que pedir ensaladilla rusa en un bar en verano era de verdaderos valientes. No sé si fruto de mi respeto a la salmonela o de los horrores que he presenciado como camarera en cámaras frigoríficas de chiringuitos de la costa murciana, yo no me atrevería a pedirla (esto, claro está, le hizo gracia al muchacho). 

A pesar del insufrible padecimiento que les relato, hay otros colectivos que también lo pasan muy mal en verano. Exacto, hoy vamos a hablar de los becarios. Imagínese haber terminado su carrera en periodismo, está trabajando por cuatro perras (si es que le pagan) en un medio regional, pongamos que en una televisión, y le toca cubrir una de las ya tradicionales noticias de esta estación. ¿Un congreso político? ¿Un accidente de tráfico? ¿Un brote de salmonela en un bar? ¿Una cornada en las fiestas de algún pueblo? ¿Un…? 

Joven precario, perdón, becario: ¡su sueño se ha hecho realidad! Como lo oye, ¡Va usted a intentar freír un huevo en el capó de un coche! Bueno, vale que quizás no es con lo que usted soñaba cuando se matriculó en la universidad, está bien, que sí, que quería contar cosas importantes, claro, ya, bueno, si quiere puede intentar freír el huevo en el asfalto, que también nos sirve. 

Menos mal que yo no estudié periodismo (un saludo a todos mis familiares y amigos periodistas), porque de haberlo hecho mi carrera hacia el estrellato se habría truncado cuando me pidieran que probara el huevo hecho en el capó de algún coche o el asfalto, por lo de la salmonelosis, evidentemente. Menos mal que no había que tomar ensaladilla para graduarse de lo mío.