La Opinión de Murcia

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El catastrófico legado de Boris

El escándalo de las fiestas en Downing Street en plena pandemia ha acabado derrocando al primer ministro británico, que llegó al poder subido al tren de las mentiras del Brexit

El hombre que se subió al tren de las mentiras del Brexit, porque era el camino más corto para llegar a primer ministro, se ha quedado sin trabajo. Deja un Partido Conservador en llamas, y un país desorientado en un mundo en el que el Reino Unido ha perdido peso por mucho que Boris Johnson intente estirar la ilusión de un pasado imperial. La crisis llega en un momento peligroso, con una guerra en Europa y síntomas de que galopamos hacia una recesión económica.

Ha sido una vida de engaños coronada por un confinamiento pandémico de dos categorías, uno estricto para la mayoría y otro con privilegios para él y los suyos. El escándalo de las fiestas en Downing Street ha terminado por tumbar al gran escapista, al hombre que siempre se salía con la suya. Pese al esfuerzo de dirigentes y diputados tories por distanciarse de Johnson, la mayoría son cómplices de su manera de gobernar y de sus políticas.

Hace dos años y medio, el 12 de diciembre de 2019, el líder hoy caído en desgracia, obtuvo para su partido el 43,6% de los votos, el más alto desde Margaret Thatcher en 1979, y 365 diputados de una Cámara de 650.

Esos casi 14 millones de votantes son también, de alguna manera, corresponsables porque conocían al personaje que fue alcalde de Londres entre 2008 y 2016: misógino, racista, elitista, amoral y tramposo compulsivo. Johnson es, como su amigo Donald Trump, un improvisador que carece de estrategia política y de creencias más allá de sí mismo. Es un hedonista intuitivo e inteligente, un vendedor de humo que abusa de la escenificación histriónica del póker, tenga o no cartas.

Su pelo alborotado forma parte de su personalidad y del disfraz. Aunque es una señal que debió alertar sobre su carácter, él logró situarlo dentro de los códigos del humor inglés. Por eso resulta divertido: es simpático y ocurrente, y con una gran cultura clásica. Es capaz de recitar de memoria párrafos enteros de la Ilíada en griego antiguo, algo que utiliza a menudo para impresionar.

Se va porque se ha quedado sin ministros y altos cargos. Han dimitido más de 50, incluso alguno de los recién nombrados. El Gobierno ha colapsado. Había otras dos opciones para sacarle de Downing Street: moción de censura en el Parlamento o una nueva votación interna de los diputados de su partido. Perdió la del 6 de junio, pese a ganarla aritméticamente 211 a 148. Con un resultado menos malo, Theresa May dimitió. En cambio, Johnson optó por enrocarse.

Es un trilero incluso en medio del hundimiento del Titanic: anunció el jueves su dimisión inmediata como líder conservador, pero con la intención de seguir como primer ministro hasta que se nombre sustituto. Juega con las vacaciones de verano para llegar a octubre, cuando está prevista la conferencia de su partido. Pero los tories quieren sustituirle de inmediato.

El objetivo de los conservadores es evitar elecciones anticipadas, que serían desastrosas, según las encuestas. Los resultados de la repetición de elecciones en dos distritos clave hace unas semanas fueron un duro revés. Ahora mismo, ni Johnson tendría garantizado su escaño.

El sistema mayoritario que rige en el Reino Unido resta poder a los aparatos porque es cada diputado el que debe defender su puesto en la circunscripción en la que se presenta. Todos han detectado, porque se encuentran con sus votantes cada semana, que el sentimiento de la calle ya no es el de diciembre de 2019. Ahora es de profundo enfado. Los laboristas no recogen el fruto suficiente porque su líder, Keir Starmer, es casi tan impopular como Johnson, pero por razones contrarias: es aburrido, carece de discurso. Nada que ver con Jeremy Corbyn, que tenía un discurso apasionado, pero anclado en los años 80, cuando luchó junto a los mineros contra el ultraliberalismo de Thatcher. Ni siquiera fue capaz de actualizarse para pelear contra las consecuencias del thatcherismo. Corbyn fue cómplice de los brexiters. No les enfrentó porque él es otro antieuropeo.

Los conservadores británicos solo pueden producir defensores del Brexit: moderados que prefieren respetar el acuerdo sobre la frontera de Irlanda del Norte o incendiarios que proponen quemar las naves. Está en juego la relación con la UE y el futuro del Reino Unido. No es solo Escocia, también Irlanda del Norte que se desliza hacia escenarios en los que la unificación de la isla bajo el Gobierno de Dublín ya no es un disparate.

Johnson deja atrás un Reino Unido quebrado por la herida del Brexit, anclado en la añoranza de lo que fueron, sin decidir lo que quieren ser. «Si iniciamos una disputa entre el pasado y el presente, descubriremos que hemos perdido el futuro», dijo Winston Churchill. Hay ideas que son antorchas para salir de la cueva. Solo necesitan un líder capaz de empuñarlas.

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