La Opinión de Murcia

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Gema Panalés

Todo por escrito

Gema Panalés Lorca

Hoja de Jazmín Alegre

Para poder inscribirme en la Universidad, me pedían mi nombre chino y, claro, yo no lo tenía. Mis amantes padres me habían puesto un nombre en español corriente y moliente, pero en el registro civil nadie les había pedido su versión al mandarín. Menos mal que mi profesora me echó una mano. «Mira, normalmente se eligen los caracteres de la traducción fonética de tu nombre. Por ejemplo, si te llamas Ana en español, pues sería      (An nà), pero con tu nombre no se puede…». «¿No se puede? ¿Pero por qué?», le pregunté alarmada. «Pues porque te llamarías       (Hémá), es decir, hipopótamo, ¡ja, ja, ja!».

Descartado el nombre de Hipopótama  —que, por otra parte, tiene su encanto—, mi profesora decidió partir de cero. Primero buscó el nombre propio: «¿Qué te parece  

   (Mòyí), que significa jazmín alegre? Y el apellido    叶 (Yè), como la hoja del árbol. 

叶茉怡    (Yèmòyí), ¿te gusta?».

Obviamente, me encanta. Ahora, además de Gema, soy Hoja de Jazmín Alegre. Dicen que los nombres dan carácter y definen nuestra personalidad. Pero yo creo que lo que verdaderamente nos define son nuestros motes. Todos tenemos apodos, aunque no seamos conscientes de ellos. Algunos son cariñosos, otros más irreverentes y hasta insultantes. Pero es lo que hay: al igual que ocurre con nuestros nombres propios, nunca los elegimos nosotros.

Además van cambiando según pasan los años. Tu mote en el colegio no suele ser el mismo que el de la universidad. Los niños suelen ser muy ingeniosos, aunque también muy crueles, pero los peores somos siempre los adultos. Hay una figura que aglutina el catálogo de motes más extenso del planeta: el jefe. Bien sea como sobrenombre para referirse a él sin que se entere o bien por puro rencor, no hay superior sin mote.

Pero que nadie se alarme, renombrar a una persona es hacerla relevante, darle categoría y prestigio. Sin ir más lejos, la Reina Letizia, también llamada ‘La Jolines’ por los amigos del Rey Felipe (pues, al parecer, empleaba mucho esa expresión cuando los conoció). Los políticos tampoco se salvan. Uno de mis favoritos es ‘El Nenuco’, un tierno y certero apelativo que una vez oí, para referirse a un político de esta tierra (no es quien usted está pensando).

Pero, sin duda, los mejores, son los motes privados. Los que empleamos con nuestra pareja en la intimidad, que están llenos de cariño y denotan un profundo conocimiento del otro. Recuerdo cómo mi madre se refería a mi padre por las mañanas, mientras tomaban el desayuno todavía en pijama, y no puedo evitar sonreír… 

No hay mayor muestra de amor que un buen mote. 

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