La Opinión de Murcia

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Las fuerzas del mal

La edad de la inocencia

Hay besos robados y caricias furtivas y luego están los arrancados sin piedad que arañan de manera decisiva el alma y nos roban la inocencia. Contra los devoradores de inocencia ajena la mejor manera es ir anunciando en cada paso y en cada etapa de la vida los hechos fundamentales del mundo para que lo entendamos. No se explica de la misma manera el afecto y el sexo a los seis que a los dieciséis y sin embargo hay que explicar sexo, afecto y otras cosas a todas las edades para que pueda haber una conversación fluida. Hay niños que se tocan a los seis y es autodescubrimiento y no deberíamos juzgar ni condenar eso con nuestra mirada adulta. A los dieciséis, y antes, son bombas andantes de hormonas y las instrucciones deben ser más explícitas. Es o eso o dejar que lo descubran ellos solos.

«Sin saber yo lo que era un beso, un señor de pelo rubio me besó». Esa confesión la ha hecho Emilio Calderón, novelista y ensayista, sobre su experiencia de abuso a los diez años de edad mientras nos presentaba La vida borrada, de Amalia Finisterre. Calderón confesaba que esa misma experiencia que creía tener asumida, integrada y superada le sirvió para conectar con el caso real de agresión a una mujer en el que luego basaría su novela. «Sin saber yo lo que era un beso» parece el primer verso de un poema y seguramente es una visión muy decantada de lo que sucedió en realidad, aunque solo fuera un beso. Después de eso vino el silencio, tras él una tímida confidencia, que no confesión y luego nada, ninguna consecuencia conocida.

Uno de los orígenes del silencio es no saber que se tiene que expresar. Eso es lo que suele suceder en casos de abuso infantil y por eso también es necesario que a cada edad se sepa, con sus palabras, lo que es cada cosa, incluido el sexo, que también incluye explicar donde no te pueden tocar o donde no te pueden besar. La mayoría del abuso viene, estadísticamente, de personas cercanas que consiguen, con su autoridad, imponer un silencio que parece tan cómplice que convierte a la víctima en culpable bajo su propia mirada. Eso sucede porque no se encuentra el camino para hablar, porque no se ha enseñado a expresar.

Cuando el vicepresidente de la Junta de Castilla y León clama contra la educación afectivo-sexual en las aulas, argumentando que se quita la inocencia a las criaturas del Señor mientras insinúa abusos sin cuento, pide en realidad silencio que evita hacer saber al inocente lo que debe o no debe ser un beso. Y luego presume de hablar como las personas normales. Lo malo es que nos imaginamos la inocencia como esos angelitos con alas de algodón que miran distraídos arriba con un fondo de cielo de Tiepolo, pero luego preguntamos al niño de seis años si tiene novia o vestimos a la niña de Beyoncé porque la inocencia. Todo bien.

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