La Opinión de Murcia

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Nos queda la palabra

Viejos

Con la marca de la mascarilla aún tras la oreja; más arriba, en nuestro cerebro, la única secuela parece el olvido. La zona cero se mantiene igual de vulnerable que cuando la rodeó y atacó el virus, generando cientos de muescas, hoy sólo muy presentes en las terribles y frías estadísticas.

Más de dos años después de aquel toque de queda, la reforma propuesta para mejorar la vida en las residencias de mayores camina renqueante, con bastón cuando no marcha atrás por, principalmente, mor del dinero.

No bastó que las víctimas se cebaran con las residencias privadas para hacerlas llorar o, al menos, guardar un respetuoso o inteligente silencio. Nuevamente son los centros que adoran el dios euro como único objetivo los que ponen el grito en el cielo por unas mejoras que pretenden preservar el carácter humano de los ancianos, en vez de considerarlos mercancía.

Si algo nos enseñó el covid es la importancia de poseer unos servicios sanitarios, residenciales y públicos fuertes. El dinero es cobarde y huye cuando se trata de solidaridad, de salvar a todos, incluidos los que no tienen recursos, para seguir respirando individualmente.

No hace falta ser un sabio y venerable anciano para, tal y como preconiza la propuesta legislativa del actual Gobierno, intentar que las instalaciones, los servicios y la atención de las residencias se adapten a los ancianos y no al revés. Conseguir prolongar en la tercera edad condiciones similares a un hogar, preservando en lo posible la individualidad y aumentando los cuidados y el control que exige el paso del calendario.

Tampoco es preciso ser muy inteligente para concluir que todo precisa de una financiación adecuada, la misma que se presta en asuntos como la dependencia y que en algunas comunidades, como la murciana, no se gasta.

Es cuestión de prioridad y ellos, nuestros viejos, ya lo han pagado.

En su memoria.

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