La Opinión de Murcia

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Punto de vista

Virtudes de los subalternos

L.O.

El peculiar destino de las cosas hispanas no es albergar conflictos. Eso es común al mundo. La especialidad española es la manifiesta falta de prudencia a la hora de administrarlos, de tal modo que su manejo acaba agravándolos. En positivo: la inclinación a adoptar para resolver un conflicto formas más o menos implícitas de violencia y fuerza. Esto es así en la vida familiar y en la política. Se trata de un estilo psíquico que sucumbe fácilmente a la impaciencia, que se carga de forma solipsista de razones, que solo habla con los suyos y así produce ceguera completa hacia el otro; pero también que no respeta las formas ni ve en ellas un método de resolver conflictos, sino un obstáculo a la única solución aceptable, la nuestra. Lo más relevante es que seguimos ese curso de conducta con la certeza de ir contra nuestros intereses. Por eso a menudo despierta pulsiones suicidas.

Ese parece el caso de la forma en que los diferentes grupos del Gobierno están manejando el conflicto Pegasus. Solo un ignorante puede olvidar que cuanto más tiempo se mantenga abierto un problema así, más sangría de votos genera. Lo más sorprendente es que todos saben que están dando bazas a la oposición. Sin embargo, no parecen atender las consecuencias. Es tan así que Vox no tiene que hacer declaraciones insensatas para ganar la posición. Le basta con presentarse como partido de Estado. Pero hasta ahí llega la ceguera. No paran de meter miedo con Vox como único argumento y, sin embargo, le dan las mejores bazas para no infundir miedo.

Este no es el principal argumento que ofrecen a la oposición. Cuando en medio de la desconfianza, la violencia verbal, la falta de comunicación, la incapacidad de generar un discurso unitario, la ausencia de todo sentido común (hemos visto a ministros pidiendo la dimisión de ministros, ignorando el sentido colegiado del Gobierno), cuando en medio de todo esto se escucha que es preciso hacer cualquier cosa para alargar la legislatura, ya se está confesando que sólo se puede retrasar la victoria de la oposición. Sin embargo, durar por durar en el poder es el motivo que más desprecia la ciudadanía. Realmente, es difícil ver una política más suicida.

Y esto, sepultando el más importante de los éxitos de este Gobierno, la Ley de Reforma Laboral, y diluyendo en el ruido la única voz del Gabinete que puede mantener un Gobierno progresista en este país en la próxima legislatura, la de Yolanda Díaz. Tuve la oportunidad de escucharla en un almuerzo que ofreció en Villamagna con motivo de los cien días naturales de la Ley y pude comprobar que se trata de una figura política de otra pasta, de otro estilo psíquico. Eso se debe a que sabe transformar en virtud eficaz los saberes y estilos ancestrales de los actores subalternos tradicionales. Ella ha comprendido como nadie que esa transformación es la base de todo proyecto popular de resonancia.

Pues bien, no solo los resultados prometedores de la Ley, sino las formas de trabajo que ha llevado a ellos (alabó el rigor, el aporte de la investigación y de la Universidad en su Ministerio), sino también los proyectos futuros como un nuevo Estatuto del Trabajo, o los programas de coordinación de su ministerio con el de Educación para impulsar la Formación Profesional, o el programa para cubrir los más de cien mil puestos de trabajo que, a pesar del paro, no llegan a cubrirse, todo eso que afecta a la España trabajadora de manera central, todo eso queda eclipsado, sepultado por el ruido de Pegasus.

Cuando ese es el método para encarar un conflicto por parte de Robles, Bolaños, Belarra o Echenique, ¿qué valor tiene que Pablo Iglesias diga expresamente que apoya el proyecto de Yolanda Díaz?

Escaso valor, pues no solo se sepulta a Díaz, sino que se rompe de cuajo al PSOE. Pegasus muestra las costuras de un Estado que no se fía de nadie, pero que sobre todo no se fía de sí mismo. Se ha espiado a gente que no podía estar cometiendo delitos. Un diputado, sin gestión alguna, no puede cometer delito, pues sólo puede hablar, opinar o legislar. No puede ser colaborador necesario de ningún delito de acción. Se ha espiado a un vicepresident que es posterior a delitos juzgados y que lanzó señales de que él no estaba dispuesto a cometerlos. El hecho de que el mundo entero pudiera ver los delitos que cometía el president Torra nos indica que no era preciso espiar para llevar a los tribunales a quien violaba la ley.

Se espió porque se quería conocer mediante violencia lo que de verdad pensaban los que iban a ser socios. Lo cual es una confesión de incapacidad política para impulsar una negociación con franqueza suficiente e identificar las posiciones de quienes se tiene delante.

Llegados aquí, es urgente que el presidente Sánchez tome cartas en el asunto de la única manera posible ya. Cuando el mundo entero aprecia que hay una crisis de Gobierno, su presidente no puede ignorarlo. Ha de hacer de la necesidad virtud, otro saber subalterno. Y eso no significa entregar una cabeza, ni darle un triunfo a quien es más lenguaraz, sino rehacer el Gabinete con un único objetivo: persuadir a los españoles de que se está dispuesto a pelear por la victoria electoral dentro de dos años.  

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