La Opinión de Murcia

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Las fuerzas del mal

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Conociéndonos como nos conocemos, ante la noticia del asesino en serie en Bilbao que ha aprovechado una app de citas gay para cometer sus crímenes puedo leer en sus frentes el teleprompter de los juicios de valor, que son inevitables, yo lo sé, pero que deberían llamar al redactor de su conciencia para que los corrigiera, y seguro que muchos de ustedes lo hacen. Mientras muchos emiten esos juicios en su cabeza, en su bolsillo, cerca del segundo cerebro que les quita la sangre del primero esperan un swipe en Tinder, creyendo la cuestionable verdad que nunca rebatimos lo suficiente de que lo de los gays es vicio pero que los heteros solo follan por amor, viendo la paja que se derrama en el ojo ajeno, pero no el deseo de orgasmo en el propio.

Porque, claro, imagínense ustedes con ese deseo heterosexual se siente como legítimo, ya que desde su temprana adolescencia han podido hablar de ello casi sin tapujos, sobre todo si son hombres y expresan su deseo sobre las mujeres. Cuando ustedes llevaban ya media carrera corrida otros todavía no sabíamos cómo ponernos las zapatillas, porque no nos entraban, ni nos cabían, ni nos acomodaban. Los otros deseos son más difíciles de expresar, nunca hay tiempo o momento idóneo para expresarlos con esa naturalidad con la que ustedes ocupan ese espacio, por más que esas querencias sean igual de banales en forma de admiración por el tamaño, rotundidad o firmeza ajena y parece que molestan si se dicen en voz alta.

Cuando leí la noticia pude imaginarme perfectamente el perfil que buscaría el asesino y quizás estaría equivocado en mi conjetura, pero creo que no, porque me vi en el espejo. Añadiendo sal a la herida, la Ertzainza parecía estar al tanto de que había una persona que se aprovechaba de esas apps para agredir, porque de los asesinatos nos enteramos después, pero no consideró conveniente comunicarlo a los posibles afectados. No sé si hubiera sucedido igual si la Ertzainza se hubiera visto en la obligación de tener que sembrar la sospecha en otros lares más heterosexuales, pero parece que algunas posibles víctimas somos menos víctimas. Qué os voy a contar, chicas, que no sepáis.

Juan Tallón, escritor, ha dicho en una reciente presentación de su último libro que «los misterios no se explican, porque son mágicos y maravillosos». Se refería al misterio de Obra Maestra, su novela, que se pregunta como pudieron desaparecer 38 toneladas de escultura de Richard Serra de la colección del Reina Sofía. Los misterios también pueden dejar de serlo porque se acaba esa misma magia que los viste y, desnudos, sin el brillo que les da ese encanto ahora disipado, se convierten en artefactos simples. Hay algunos misterios que son irreductibles, como el deseo. Que mientras esperamos ese deseo nos encontremos con un asesino que nos caiga encima como una escultura de 38 toneladas es una jodienda, pero no la que iban buscando quienes murieron esperando encontrar la ternura que debería haber en cualquier beso.

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