El Evangelio de Juan tiene dos finales, uno en el capítulo 20 y el otro justo en el 21, el que leemos este tercer domingo de Pascua. Son tan claros que desde el principio del cristianismo hubo de ser explicado y la primera explicación fue la más ingenua: el mismo autor añadió un segundo final para incorporar datos que creía importantes. Se trata de una solución falsa, aunque no dejara de ser cierto que el segundo final incorpora datos que son claves para entender el proceso de composición de los evangelios, pues el segundo final del Evangelio de Juan recupera una tradición originaria de las apariciones del resucitado en Galilea, no en Jerusalén. Este es un dato fundamental para comprender el proceso de duelo de las comunidades de seguidores y seguidoras de Jesús. El duelo se hace, no donde fue ajusticiado, sino donde vivió y dejó su impronta; donde sanó a enfermos, alimentó a hambrientos y dio esperanza a los abatidos. Se trata de un proceso largo, asociado a las comidas comunitarias y prioritariamente a las mujeres, pues son ellas las encargadas de todo el proceso social del duelo. Es muy probable que en estas comidas dentro de los ritos funerarios, como explica Kathleen Corley, las mujeres comenzaran a tener experiencias extáticas y visiones que serían la base sobre la que fraguarían los relatos de apariciones del resucitado.

La otra cuestión interesante es la del autor de este segundo final. Muchos saben que el Evangelio de Juan tiene un prólogo y este epílogo que fueron añadidos varios decenios después de difundido el evangelio. Los expertos afirman que tanto el prólogo como el epílogo dependen de autores diferentes del autor o autores del cuerpo principal del texto. Por mi parte, y aunque sé que no está avalado por la crítica especializada, lanzo una hipótesis: el prólogo y el epílogo fueron añadidos por la misma mano y con la misma finalidad, rebatir las ideas gnósticas que ya estaban infectando a las comunidades joánicas. Estas ideas habían convertido a Jesús en un ser angélico sin contacto material con el mundo, como una especie de extraterrestre que vino a pasearse por la Tierra dejando un mensaje intemporal y nada comprometido con el sufrimiento de este mundo. Se trata de un Jesús no humano, solo divino. Si eliminamos tanto el prólogo como el epílogo, el resto del evangelio de Juan puede prestarse a esta lectura y no han sido pocos ni poco importantes los estudiosos que así lo han entendido. Sin embargo, el prólogo, que es un alegato antignóstico sobre la encarnación del Verbo de Dios y, sobre todo el epílogo, diluyen esta posible lectura.

En el epílogo vemos a Jesús resucitado preparando un almuerzo de pan y pescado para los esforzados discípulos que no habían conseguido pescar nada. Amén de otras interpretaciones, puede leerse como un Jesús muy humano, preocupado por las necesidades de sus amigos y enfrascado en labores cotidianas, un Jesús verdaderamente humano.