La Opinión de Murcia

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ESCARABAJAL, DIONISIO

Jodido pero contento

Dionisio Escarabajal

Defender Europa hasta el último ucraniano

Es humor negro, pero no por eso es una aseveración menos certera. Ursula Von der Leyen afirmó, con un atisbo de lágrimas en los ojos, que Ucrania era «uno de los nuestros». Por lo visto, eso no es suficiente para aceptar su candidatura para acceder como miembro pleno de la Unión Europea (una posición que no implica automáticamente su admisión) y no es suficiente tampoco para acceder a sus dramáticas peticiones de aviones, tanques y sistemas de protección antimisiles. Somos hermanos, pero no primos. Y, sobre todo, tenemos miedo de Vladimir Putin.

Las traiciones a Ucrania son ya una norma en los países europeos, y no habrá suficientes sentimientos de culpa para arrepentirnos cuando esta historia termine. Todo esto de la agresión de Rusia surgió porque los ucranianos reaccionaron con la revolución del Maidan a la negativa por parte del títere ruso Víktor Yanukóvich de firmar el Acuerdo de Asociación que les ofrecía la UE, por imposición directa de Rusia. El martirio de muchos ucranianos en las protestas de la célebre plaza de Kiev provocó la caída del presidente proruso, seguida de unas elecciones libres y el ascenso al poder de un presidente proeuropeo. Este tuvo que lidiar como pudo con el despechado Putin, que consideraba a Ucrania como un no país, como Bielorrusia, y no pudo soportar que sus vecinos instauraran un sistema de convivencia como el que sus opositores rusos anhelaban: un régimen democrático respetuoso con los derechos humanos y políticos. Putin decidió invadir Ucrania por primera vez en 2014, anexionándose el Crimea y desestabilizando el Donbas. Todo bajo la excusa de proteger a la población rusoparlante del Gobierno de Kiev, que en realidad no representaba ninguna amenaza para sus propios ciudadanos, hablaran ruso o ucraniano.

Ya en el 2008 de la invasión rusa de Georgia, George W. Bush reclamó que Ucrania y la misma Georgia, el otro país europeo de cuya existencia independiente abominaba Putin, deberían ser admitidos en la OTAN y protegidos bajo el manto del artículo 5º, que asegura que un ataque a uno de sus miembros es un ataque a todos ellos. Esa oportunidad para proteger Ucrania, y por el mismo precio Georgia, se perdió porque Alemania, siempre ansiosa de convertir a Rusia en un proveedor y cliente estratégico de su poderosa economía, se negó en redondo, bajo el pretexto de no enfurecer al tigre. Como si Putin funcionara con los parámetros normales de cualquier dirigente que buscara el bien de su país, en vez de con los criterios de un carnicero paranoico que añora la grandeza perdida del imperio soviético. 

Los europeos estamos orgullosos de la recepción que estamos dando a los refugiados de la guerra de Ucrania, en su mayoría mujeres y niños. Y nos deleitamos oyendo cómo los rusos están siendo contenidos por los combatientes ucranianos a las afueras de las grandes ciudades, pero no nos atrevemos a darles lo que necesitan, aunque los vemos sucumbir ante la innegable superioridad rusa. El valeroso presidente Volodímir Zelenski se está dirigiendo uno por uno a todos los Parlamentos de Occidente, reclamándoles armas, y poniendo en evidencia al mismo tiempo sus egoísmos nacionales. Aunque apele al holocausto en el parlamento israelí o las palabras de Winston Churchill ante la misma tesitura frente a los bombardeos de la ciudad de Londres por los nazis, al final no le hacen ningún caso, o no el caso necesario.

Inmediatamente después de la alocución de Zelensky ante el Congreso norteamericano, Joe Biden extendió un cheque por 800 millones de dólares de ayuda a Ucrania, lo que no está mal, pero queda muy lejos de las necesidades de un pueblo en armas frente a uno de los ejércitos más numerosos y mejor pertrechados del mundo. Los norteamericanos han trazado una línea roja en esta guerra muy clara: no permitir que haya un enfrentamiento directo de las tropas rusas con militares de la OTAN. Pero a eso ha sumado la dramática restricción de armamentos imprescindibles para dar una oportunidad real al triunfo de los ucranianos: tanques, aviones y sistemas de defensa antimisiles tipo Patriot.

En el último y sorprendente giro de esta guerra figura la afirmación de que ahora Rusia no tendría inconveniente en que una Ucrania neutral y parcialmente desmilitarizada entrara en la Unión Europea. Y digo sorprendente porque el motivo que desencadenó la hostilidad de Rusia contra Ucrania fue precisamente el rechazo del Acuerdo de Asociación con la Unión Europea por parte del entonces presidente proruso Yanukovich. No se entiende ahora que aquel casus belli sea considerado como una nimiedad disculpable por parte de los rusos. O se ha vuelto loco Vladimir Putin o nos va a volver locos a todos los demás.

En cualquiera de los casos, lo que está claro es que la principal responsable de esta guerra, más allá de los rusos, es Alemania, gracias a su ostopolitk, que arranca en los años de la Guerra Fría y culmina con las presidencias de una Angela Merkel tomando decisiones que hicieron a Alemania rehén de los suministros energéticos rusos. Ella es la principal culpable, pero no la única, de que el país germano haya tenido que anunciar ahora restricciones en el suministro de gas para particulares y empresas, debido a la inflexible postura rusa de cobrar en rublos. La imperdonable ingenuidad, o más bien una mezcla de soberbia y avaricia, entregó las llaves de la energía europea a un país y a un dictador sediento de sangre y poder. La historia volverá a juzgar duramente a Alemania en general y a Angela Merkel en particular. Esta vez no por la crueldad nazi sino por estupidez democrática, al tragarse la patraña de que el comercio pacificaría a Rusia y la disuadiría de recomponer su imperio a sangre y fuego.

Dicen los estrategas occidentales ahora que se ha sobrestimado la potencia del Ejército ruso y se ha minusvalorado la capacidad combativa de los ucranianos, en defensa de su país y de sus libertades. Por eso les debemos todos los esfuerzos posibles para ayudar a la defensa de sus ciudades y a la reconquista íntegra de su territorio, cosa de la que parecen plenamente capaces a estas alturas de la guerra. 

A los rusos y a sus compadres chinos, hay que negarles el pan y la sal. Que medren si pueden, pero no a costa de los consumidores de los países democráticos que tanto odian. Como decía un parlamentario ucraniano, la mejor aportación de esta guerra ha sido la claridad moral que nos ha traído. ¡Muerte a los dictadores! ¡Viva la democracia!

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