La Opinión de Murcia

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Rusia, en el laberinto

La encrucijada en la que se encuentra la guerra en Ucrania puede responder a una mala planificación y un mal cálculo de los riesgos por parte del ejército ruso que, en realidad, parece que ni era tan formidable ni tenía tanta superioridad respecto al ucraniano

Señal que prohíbe la entrada a Putin.

Las cosas no van bien para Rusia: su Ejército no era tan formidable como parecía ni tenía tanta superioridad real frente al ucraniano. Se parece más al que encalló en Afganistán (1979-1989). La cifra de soldados rusos muertos supera los 10.000 en un mes de invasión. En proporción, el de heridos puede llegar a 20.000. En Afganistán murieron 15.000 soldados soviéticos en diez años. Fue una de las causas del desplome de la URSS. EE UU perdió 7.000 en Irak y Afganistán juntos. Son datos demoledores que explican el nerviosismo de Vladímir Putin y las frecuentes referencias a las armas nucleares.

Rusia carece de una cultura militar moderna, en la que los mandos intermedios tienen mucha autonomía. La jerarquía es piramidal, cada decisión debe ascender en el escalafón hasta llegar al general en jefe, o hasta el Kremlin. Napoleón decía que ningún plan resiste el contacto con el campo de batalla. La clave está en la capacidad de improvisar, de ajustarse a los cambios. La falta de flexibilidad ha generado situaciones surrealistas en las que las tropas rusas se han quedado sin combustible, o sin comida. Hay vídeos que muestran el avance de tanques en doble fila y sin protección, como si estuvieran en una autopista en tiempos de paz.

El Ejército ucraniano parece eficaz, pese a ser inferior en número. Aprovecha el conocimiento del terreno, las armas sofisticadas suministradas por Occidente y las tácticas de guerrilla, pero de momento no logra recuperar terreno. Hay una diferencia de moral de combate: saben por qué luchan. En el lado ruso, la moral es baja. La muerte de seis generales indica que tienen problemas en el frente.

Generar pánico en los civiles. Putin ha pasado de un plan A, en el que presuponía una rápida victoria, de ahí la gigantesca columna estancada cerca de Kiev, al plan B, en el que prima el uso de la artillería y en algunos casos de la aviación. Stalin decía, en reconocimiento de su inferioridad: «La cantidad también es calidad». Es la estrategia que aplican en Mariúpol, la misma que arrasó Grozni y Alepo: bombardeos indiscriminados para generar pánico en los civiles. Son crímenes de guerra.

Aún no sabemos cuál es el Plan C, el de algún tipo de acuerdo de paz. El Kremlin ha cambiado su argumentario en los programas de la televisión rusa. Dicen que la operación especial es para evitar que Ucrania entre en la OTAN, tenga armas nucleares y amenace a Crimea. ¿Ya nos hemos olvidado de los nazis y los drogadictos? Pero aún estamos lejos de un acuerdo de paz. 

En toda guerra existe una ventana que permite la venta victoriosa de una derrota. Es lo que ha intentado EE UU en Afganistán e Irak. Pasada esa oportunidad, la derrota es inapelable. Putin necesita una salida honrosa. ¿Aceptaría Crimea y parte del Donbás, y la garantía de que lo que quede de Ucrania no entrará en la OTAN? Putin debe de ser consciente del riesgo político que corre si sigue creciendo la cifra de soldados muertos.

El Rus de Kiev. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, ha prometido someter a referéndum cualquier acuerdo de paz con Rusia. Dada la resistencia militar y civil a la invasión no será fácil aceptar pérdidas territoriales más allá de Crimea. Una de las claves inmediatas es Kiev. ¿Habrá cerco como en Sarajevo o bombardeos masivos como en Mariúpol? Hablamos del Rus de Kiev. No será fácil destruir el mito de los eslavos. 

Si Putin no ve la ventana de oportunidad, y se siente acorralado, pueden entrar en acción las soluciones extremas, incluido el lanzamiento de la bomba nuclear táctica de un kilotón, diez veces menos potente que la de Hiroshima. Sería un jaque mate. ¿Cómo podría responder la OTAN? ¿Con más bombas atómicas?

Ucrania, si sobrevive territorialmente a esta invasión, entrará en la UE por la vía de urgencia. Bruselas trabaja en un proyecto transcendental: la creación del Consejo de Seguridad Europeo, el embrión de una defensa común y de un eventual Ejército Europeo, dentro o fuera de la OTAN, pero menos dependiente de las aventuras de Washington en el Pacífico.

Veremos qué pasa en junio, en la cumbre de Madrid, si la OTAN se centra en la defensa de Europa ante Rusia, que es su misión fundacional, o se expande a pleitear con China como quería EE UU antes de la guerra. Sería un craso error: si Pekín se siente amenazado habrá pocas posibilidades de que intervenga para forzar una salida negociada en Ucrania. Es una partida de desgaste a tres bandas en un mundo multipolar e interconectado en la que EE UU y Rusia se empeñan en jugar con las cartas equivocadas, las de la Guerra Fría.

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