La Opinión de Murcia

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Las fuerzas del mal

Ver los colores

Una familia de refugiados ucranianos, en la estación de tren de Suceava, Rumanía. | LOYOLA PÉREZ DE VILLEGAS

Dicen varios cargos importantes de distintas ONG dedicadas a la acogida de migrantes que la diferencia de trato de los refugiados ucranianos respecto a otros países y otros conflictos que nos traen otros tonos de Pantone más oscuros a nuestra frontera no es racismo. Es una cuestión de cercanía, nos es más fácil ver en aquellos que se parecen más a nosotros la posibilidad, remota pero no tanto, de que nos pase lo mismo. Nos vemos en esta clara piel del otro, de un adecuado Pantone, y nos da un escalofrío. Lo curioso es que ver a a gente tan blanca y tan europea pasando semejante ordalía nos causa sorpresa, mientras nos olvidamos de Srebenica, Sarajevo o Mostar. Eso dice mucho, y nada bueno, de nuestra empatía miope y de nuestra corta memoria. Al menos en el capítulo de europeos pasándolas canutas, pero, venga, vamos a no llamarlo racismo.

El Gobierno de Polonia ha dado un admirable ejemplo de vecindad admitiendo a ucranianos que se han quedado sin nada a causa del conflicto. Si hay algún país que se pueda sentir identificado con Ucrania es Polonia, que ha sufrido el yugo soviético, y su respuesta ha sido encomiable frente a las consecuencias de la agresión rusa. El problema es que también ha construido un muro con Bielorrusia para no acoger a sirios, afganos y yemeníes, por poner ejemplos más claros, que ven cómo los ucranianos pasan la frontera polaca mientras ellos llevan meses en campos de refugiados. Sin embargo, ustedes y yo sabemos que no deberíamos fruncir el ceño ante el doble rasero polaco porque aquí en casa tenemos mucho para barrer. Por ejemplo, en el conflicto sirio el Gobierno español se comprometió a acoger a alrededor de 17.000 refugiados y no cumplió ni el 10% de su compromiso.

Las claras pieles de los ucranianos nos obligan a ver lo que parece que con otro tono de piel más oscuro se camufla en la noche, que oculta horrores, más allá de seguridad de nuestros hogares. Trabajemos la empatía, entonces, en pequeños pasos. Si se trata de refugiados por efecto de Rusia, como los ucranianos, los sirios también lo son, para guerras, como la de Ucrania, pero responsabilidad nuestra, la de los afganos y para guerras que, además, cimentan nuestra seguridad energética, ya que dependemos del gas ruso, la de los yemeníes con Arabia Saudí. Ya que estamos, para magrebíes con derecho a DNI español, los nacidos en el Sáhara Occidental y para personas de color también con derecho a DNI, los de Guinea Ecuatorial.

Quizás sea un problema de vista. Lo que no se ve no existe. O mucho peor, existe cuando conviene. Los pobres españoles son importantes cuando se trata de ayudar en el exterior, pero luego desaparecen hasta el punto de que todo un Gobierno regional no consigue verlos. Ya no sé si es daltonismo selectivo o miopía interesada, pero tenemos que ver mejor, no sea que nos demos de bruces contra nuestro propio muro de racismo.

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