Se ha muerto Fernando, uno de los amigos que hice en la primera comunidad virtual en la que participé, el IRC. Todos nos conocíamos por el seudónimo que habíamos elegido. Mercucho, Abad de Carfax, Capi... Yo siempre fui Odysseus pero nunca fui tan inteligente y hábil como el rey de Ítaca. Muchas veces los nombres que nos damos dicen tanto de nosotros como la persona que intentan ocultar y aún en charada recordemos que en toda broma siempre hay algo de broma. Y algo de verdad.

Una vez que rompimos la virtualidad, Fernando fue el excelente anfitrión que alimentó con cocina, erudición, agudeza y hospitalidad muchas veladas donde ejercitamos la ironía y la conversación hasta que empezamos a hacernos sangre. Fueron unos años hermosos y descubrimos a personas que aún siguen y forman parte de nosotros. Compartir risas y lágrimas tiene tanto de visicitud como de forja. Eso fue hace mucho aunque no haya pasado tanto tiempo, porque hay ciertas felicidades fugaces que cuando se pierden, se alejan a una velocidad mayor que la luz del cuerpo que abandonan, como cometas superlumínicos, dejando una estela de nostalgia, la luz que impregna la memoria de una luz que la realidad nunca tuvo.  

Al igual que cuando nos representan el tamaño de la Tierra en el cosmos, la muerte o la guerra añade perspectiva a las cosas. Lo que era medio broma o se torna una risa amarga o pierde toda la gracia. De igual manera las cosas pretendidamente importantes las miras con un cierto humor, lo que tampoco es malo. No puedo comparar el punzón de la nostalgia por los tiempos pasados que la muerte de Fernando me ha recordado con la peripecia con el futuro perdido en cuarenta y ocho horas por personas al otro lado del mapa europeo. Solo puedo llegar a intuir la dimensión de un drama que no solo ha hecho perder vida, trabajo y hacienda, sino también sueños, velas, las risas y las lágrimas provocadas por las pequeñas cosas que ahora parecen banales y que, en realidad, conforman el tejido sutil de la vida, vida que se convierte en una cuerda frágil a la que te agarras con toda la desesperación del mundo mientras rezas porque lo más querido no se pierda y se torne en memoria y luego en nostalgia.

Es muy cierto que en tiempos de tribulación que te obligan a hacer mudanza, lo que no es importante parece nunca haberlo sido, pero quizás en el abandono de esos afanes pasados porque las pretendidas grandes cuestiones nos llamaban está el germen de la derrota de estos tiempos. 

Nos toca luchar, confiar en el corazón que te dice que esa batalla es importante aunque te digan que eso es discutir del sexo de los ángeles, porque las pequeñas libertades conquistadas que te permiten imaginar, amar, reír o llorar por cosas que parecen banales y en realidad no lo son tanto conforman también la gran libertad de ser y no debemos renunciar a eso.