En una derecha de tan acendrada sociocultura católica, apostólica y romana hay una tendencia incontenible a buscar culpables. Y a encontrarlos. Se peca, se admite la culpa, se confiesa... ¿y se perdona? En este caso, parece que no. Porque no hay arrepentimiento: «Yo no he hecho nada malo», es el mantra de los dos principales perdedores de la crisis del PP. Ni tampoco hay, obviamente, propósito de enmienda. Así que Teo, Teodoro, Teodorico el del güesesico las va pagar todas juntas. Como Casado. Ya se oyeron opiniones de que el subalterno la tiene hecha en muchos sitios y a muchos conmilitones.

Tan es así, que hasta su querido colega Fer echó su gran humanidad por la borda del barco en el último momento anterior al hundimiento para posicionarse de cara al futurible gallego... y a la actualísima madrileña. Por demás, las fotos dicen mucho, incluso sin pie: a la supuestamente larvada rival de Fer, y de Teo, claro, para controlar el PP murciano le faltó tiempo para difundir su propia imagen archenera junto al probable ‘nuevo’ baranda pepero, Feijóo.

Antes que Teodoro, para esa derecha tan poco moderada fueron culpables universales Guerra, Zapatero, Iglesias, como ahora lo es Sánchez. Por no hablar de la prolija lista que incluye a los Maduro, Castro, Evo.... Quiere decirse que no se contaba con la culpabilidad del campeón del mundo mundial de lanzamiento de hueso de oliva. Ha sido algo sobrevenido por sus propias ganas de sobrexponerse mediáticamente, como hizo con la ‘objetiva’ Pastor, para que su amiguito del alma y ex líder del partido quedara exento. Vano intento. Si el de Cieza la tenía hecha, el del falso posgrado en Harvard también. Lo explicó el provocador Albert Pla en eso tan de gente de la pomada como es twitter: «País fantástico. Denuncias a una persona de tu partido por corrupción y te echan por chivato».

Ese es el meollo y la gran contradicción. Es fantasmagórico y oportunista insinuar que Ayuso favorece irregularmente a su hermanísimo y, al tiempo, tener de hombre de confianza a alguien como el tal Alberto Casero, que además de inútil, como demostró en la votación de la reforma laboral, está imputado por prevaricación y pendiente del Supremo.

Igualmente dudoso es el procedimiento. Si se tiene constancia meridiana de una irregularidad que afectaría a dineros públicos, parece extraño que se den tres cuartos al pregonero, tras pedir dizque infructuosamente explicaciones privadas, en vez de llevar los papeles a la Fiscalía. Por no hablar del más que discutible método mediante el que el migrante político gallego será investido de la máxima autoridad partidaria popular: por aclamación. Cosa coherente con los dedazos mediante los que se nombraron a todos los antecesores de Casado.

Al menos, el ‘postgraduado’ en Harvard fue elegido en primarias. ¡Para lo que ha servido! dicen algunos. O más bien piensan: hablar demasiado no es muy aconsejable en el hasta ahora gran partido de la derecha española. Significarse contra la tendencia dominante, menos aún. Por eso, la ovación a Casado fue tan clamorosamente unánime en su despedida del Congreso. No se sabe si los diputados populares celebraban que se fuera de una vez; le agradecían haberse desecho del odiado Teo antes de precipitarse al abismo; o, simplemente, seguían consignas de quienes, sentados junto al defenestrado, son los que mayormente le han traicionado al unísono tal que ‘Brutos contemporáneos’: a navajazo limpio.

De ninguna de esas tres cosas tiene la culpa el ciezano, por mucho que se empeñen algunos. Como tampoco la tiene de ese nuevo instrumento, la dimisión en diferido, que sucede en el inventario popular a la ‘cospedaliana’ indemnización en diferido. A partir de ya, toca hablar del ‘sorpasso’ de Vox. Por la derecha, naturalmente, según la doctrina católica.