La crisis que ha hecho saltar por los aires al Partido Popular va a tener consecuencias en sus distintas franquicias regionales y muy especialmente en Murcia, feudo del ex secretario general controlado por su hombre de confianza. El espionaje a la presidenta madrileña y el intento de chantaje para expulsarla de la vida pública no ha sido solo el detonante de la caída de Casado y García Egea, sino también el momento fundacional de un orden nuevo dentro del PP, cuyos términos se concretarán en el congreso extraordinario que se convocará en pocas semanas.

Nadie sabe qué ocurrirá con el primer partido de España cuando esté en manos del gallego Núñez Feijóo, pero una cosa sí parece clara: las figuras más significadas del entorno de Casado y García Egea tienen los días contados al frente de sus actuales responsabilidades porque, felizmente, en las próximas semanas tienen que sustanciarse unos congresos regionales en los que ya no va a haber presiones ni chantajes para evitar que se presenten listas distintas de las elaboradas, avaladas y bendecidas por la dirección nacional del PP.

La cúpula ha caído y con ella se da carpetazo a la forma autoritaria de manejar la vida interna que ha caracterizado a ese partido. Los que defendieron hasta hace unos días que esa gestión dictatorial era la correcta y colmaban de halagos a sus autores tienen que rendir cuentas ante la militancia, que podrá por primera vez opinar en libertad. Los militantes tendrán que elegir dentro de pocas semanas entre los aplaudidores del continuismo autoritario y los que se presenten a esos congresos con la intención de renovar en profundidad un partido dirigido por un grupo de amiguetes sin capacidad de gestión y cuya única preocupación es la propaganda más burda cifrada en el triste aforismo «la culpa es de Sánchez».

Por eso no sorprende que haya integrantes de la vieja guardia casadista que sigan reproduciendo los tics totalitarios a los que estaban acostumbrados, con esas advertencias ridículas del estilo «espero que nadie se atreva a cuestionar la autoridad del jefe». Están acojonados. Aún no se han enterado de que su tiempo en política ya ha pasado y que lo único que les queda, si tienen algún respeto por sí mismos, es llevar a cabo una salida ordenada a la espera de que los que vengan decidan integrarlos en alguna responsabilidad.

Es tiempo de que el PP se dote de equipos renovados, integrados por gestores con experiencia acreditada y dedicados a la política de las cosas, no a las cosas de la política como la banda actual; capaces de poner en marcha proyectos ambiciosos para toda la región; de afrontar con rigor los serios problemas que nos aquejan y actuar en consecuencia; de atraer inversiones y generar riqueza; líderes que no busquen el culto reverencial de una corte de pelotas, sino la leal colaboración de los más brillantes; cargos públicos conscientes de que cada día tienen que examinarse ante los ciudadanos y no ante los periodistas amigos en tertulias subvencionadas; nuevos dirigentes que hayan cotizado durante años fuera de la política y sepan de primera mano lo que cuesta crear un puesto de trabajo.

Es fácil entender el pavor que debe sentir cualquier cuarentón empotrado en el presupuesto desde hace décadas y sin otro oficio conocido que el medrar en la política. También para ellos se abre un nuevo tiempo en el que les esperan grandes sensaciones. Lo mejor que podrían hacer es tratar de vivir este cambio que se avecina con dignidad, ir recogiendo sus cosas y cerrar sin dar portazos.