Opinión | Punto de vista

Antón Losada

No sufráis por Alberto

En el Partido Popular todo vuelve. A la mítica dimisión en diferido de María Dolores de Cospedal le ha sucedido esta abdicación en diferido que los barones le han obligado a firmar a su hace nada vitoreado Pablo Casado. Veinte años atrás, Núñez Feijóo regresó de Madrid para rescatar al PPdeG del destrozo causado por la incompetencia en la gestión del Prestige y los negocios familiares de Pepe Cuíña, el sucesor designado de Manuel Fraga. Ahora se cierra el círculo. Parece que volverá a Madrid para salvar al PP del abismo generado por la errática gestión de otro presidente y unos negocios familiares. Los pueblos y los partidos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

Feijóo sabe que Casado tiene razón cuando sostiene que no ha hecho nada malo. Su verdadero problema era que no ganaba elecciones. Para quien le quiera entender, el deseado ha puesto dos condiciones: han de pedírselo y han de garantizarle que no habrá competencia real. Lo más claro que deja la noche de los barones desatados en Génova es que nadie se fía de nadie. La confianza se ha convertido en un bien muy escaso en este PP. Los barones desconfían de Casado y sus intenciones, Casado no se fía de los barones y sus abrazos y Feijóo anda con pies de plomo. Entró triunfal en la sede de Génova, pero convencido de la necesidad de parar el baño de sangre para presentarse limpio y sin la cabeza del caído en las manos; le costó cuatro horas convencer a los demás para que dejasen de apuñalar a un indefenso.

Si algo parece tener claro Feijóo es que necesita llegar al liderazgo en un congreso, no tras una asonada de un puñado de generales enfurecidos. Va a hacerlo todo por el libro; su mayor virtud, estar siempre en el sitio justo y como hay que estar para que te pasen las cosas buenas. Si logra pasar con bien el Rubicón de un congreso ordenado, que no parezca un duelo en OK Corral, empezará lo verdaderamente difícil. De entrada, dos retos que no pueden esperar: qué hacer con Díaz Ayuso y qué hacer con Vox.

Una cosa es pactar con la lideresa echar a Casado y otra negociar cómo se van a llevar entre ellos después. Feijóo carece de causa o razón alguna para querer impedirle aspirar a la presidencia del partido en Madrid. Cuando le han preguntado sobre el asunto siempre ha defendido el derecho de Ayuso a ser líder territorial, como los restantes presidentes autonómicos. De momento, le conviene que cuanto pase en el PP de Madrid se quede en el PP de Madrid. Meterse en ese avispero llama a la desgracia. La fuerza de Feijóo no viene del centro sino de la periferia. Si puede, le hará lo mismo que Mariano Rajoy a Esperanza Aguirre: diluirla en el coro de los barones hasta desactivarla.

Dejar entrar o no a Vox en un Gobierno plantea un problema mayor. Cuando le han preguntado ha dicho que Fernández Mañueco se había ganado el derecho a decidir con quién gobierna. Cambiar ese discurso sería torpe. Contener la decisión en Castilla y León parece la mejor opción. Que decida el barón, al mejor estilo Rajoy; otra vez. Eso le permitiría ganar tiempo para despejar cómo resolver su dilema ante Vox: asumir su inevitabilidad como socio y normalizar la coalición o competir por evitarla.

La formula gallega de negarle el más mínimo resquicio político, mediático o social por donde pudieran entrar llega tarde. Vox ya está dentro. Queda la otra parte de la estrategia que ha cerrado Galicia al partido ultra: dejarle claro a sus electores que no es lo mismo votar al PP que a Vox; el voto no es intercambiable, hay que elegir. Vox crecía porque el PP carecía de un líder que fuera percibido como un ganador y, puestos a perder, muchos electores de derechas preferían la opción más leñera. Feijóo puede cambiar eso porque es un ganador.

Si lo peliagudo de sus desafíos y el espectáculo de crueldad ofrecido con Casado les induce a preocuparse por el futuro de Feijóo, pueden estar tranquilos; sabe cuidarse solo. Si algo ha demostrado el presidente de la Xunta es una capacidad de adaptación y un sentido de la oportunidad que le convierten en un competidor político temible. Vuelve el marianismo reencarnado en quien fue su principal puntal. ¿No querían Rajoy? Tomen dos tazas.

Vox crecía porque el PP carecía de un líder que fuera percibido como un ganador, el jefe de la Xunta puede cambiarlo.

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