La OTAN es el brazo armado de un imperio en decadencia. La debacle afgana de este pasado verano es la expresión más gráfica de su descomposición moral, política y militar. Para contrarrestar esta progresiva pérdida de hegemonía, el club militar atlántico lleva dos décadas desarrollando una operación en Europa oriental que tiene como finalidad, a través de integrar en su seno a los territorios que hacen frontera con Rusia, estrechar el cerco sobre este país. Emplea, para ello, una táctica de espiral. Consiste en comenzar ofreciendo su apoyo financiero y militar a unos países corruptos, débiles y autoritarios que arrastran agravios históricos con Moscú. En ellos, los yanquis y sus socios instalan armas que enervan al Kremlin, que responde amenazando a los nuevos aliados de Occidente, los cuales, a su vez, piden más protección a su padrino. Se configura así un escenario en el que, en la misma frontera rusa, unos gobiernos enfeudados a Washington y Londres, con una soberanía limitada, representan un riesgo para la seguridad del régimen postsoviético, desde la perspectiva de éste.

Hay otro objetivo en todo este proceso, colateral al de expandirse hacia el Este para sobrevivir imperialmente, y que no es menor por cuanto afecta a nuestro futuro como europeos. El eje atlántico que conforman EE UU y sus amigos anglosajones no está en absoluto interesado en la consolidación de ese otro eje que afianzan progresivamente Berlín, Bruselas y Moscú. Rusia provee a Europa Occidental de la mitad de su energía y recibe de ésta crecientes y cuantiosas inversiones. Los que mandan en la Alianza Atlántica no están dispuestos a que la UE se fortalezca económica y políticamente por sus relaciones con el rival militar de la que hasta el momento todavía (quizá no por mucho tiempo) es la primera potencia mundial. A la cual hay que agradecer la transparencia que brinda respecto de esas intenciones: ha propuesto que Europa sustituya el gas ruso por el procedente de Qatar y EE UU. Eso supone un encarecimiento brutal del suministro, en la medida que será más escaso y con muy elevados costes de transporte: la inflación europea se disparará, a mayor gloria de la economía americana.

Para alcanzar este escenario de ruptura y declive del Viejo Continente, los estadounidenses, como han hecho a lo largo de su historia desde que hundieron en 1898 el acorazado Maine en la guerra hispano-cubana para crear un casus belli contra España, fabrican una mentira que dé cobertura a la escalada actual. Y se inventan que Putin quiere ocupar Kiev, cuando todo el mundo sabe que no puede asumir los costes económicos, políticos y militares de invadir un territorio con 44 millones de habitantes y más extenso que la península ibérica. La realidad es que el dirigente ruso sólo aspira a que no le coloquen misiles a cinco minutos de Moscú, para lo que precisa un colchón de seguridad en su frontera occidental. Y aquella fake se la compran Gobiernos como el español, que ya compró, en tiempos de Aznar, la existencia de armas de destrucción masiva en Irak.

Por el contrario, no la compran tanto otros Gobiernos europeos. Macron se ha despegado del belicismo de Biden y auspicia un diálogo a cuatro bandas (Francia, Rusia, Alemania y Ucrania) sin la presencia de Washington. Alemania, por su parte, no exporta armas a Ucrania y no presta su cielo para que allí las lleven los británicos. Pero hete aquí que en las tierras de Hispania sobran valor, arrojo y ardor guerrero. Así que Margarita Robles no ha tenido reparo alguno en adelantar, y teatralizar, el previsto envío al escenario del conflicto de tropas y material bélico, en cantidad y calidad tales que de seguro provocarán el pánico entre quienes supuestamente amenazan a Ucrania. Bromas aparte, estamos ante una posición ridícula e infantil, asimilable a la del subordinado que, para hacer méritos, se humilla patéticamente ante su jefe. Comportamiento que, además de servilismo atlantista, evidencia irresponsabilidad por cuanto sólo contribuye a agitar el avispero ucranio.+

También es sorprendente, en la medida que el Gobierno español, plegándose a la estrategia de acoso al antiguo enemigo de la guerra fría, se pega un tiro en el pie de los intereses españoles y europeos, los cuales pasan por propiciar un contexto de paz en todo el continente para que fluyan y se desarrollen provechosos contactos comerciales que hoy rigen (podrían regir, más bien) las relaciones entre quienes en el pasado estuvieron separados por un telón de acero.

De esos beneficios económicos sabe bien nuestra región. Y de perderlos por el incremento de las tensiones, también. Según datos del Instituto Español de Comercio Exterior, el sector agrícola murciano pasó de exportar 15 millones de euros a la Federación Rusa en 2013 a ingresar tan sólo 6000 euros en 2020, como resultado del veto ruso a nuestras exportaciones, a su vez respuesta a las sanciones impuestas por la UE en 2014 a consecuencia de la anexión de Crimea.

El camino de Europa está claro. Y no pasa por provocar a Rusia colocando misiles a sus puertas, sino haciendo negocios con esa nación. Para ello sobran la OTAN y su belicismo. Salir de esta organización es una necesidad imperiosa para que desde el Atlántico hasta Los Urales, en lugar de guerra, conflicto e inflación energética, haya paz, gas barato y prosperidad compartida. A ver si logran entenderlo Sánchez y a Casado.