Lo que parecía imposible ya es una realidad. Un pacto sobre el muy vidrioso asunto de la derogación (perdón, reforma) de la reforma laboral de Rajoy que da satisfacción (relativa) tanto al Gobierno Frankenstein (y a las dos vicepresidentas Yolanda Díaz y Nadia Calviño), a los sindicatos UGT y CCOO, a la CEOE, e incluso al equipo de Rajoy que hizo la reforma de 2012. A Fátima Báñez, la antigua ministra de Trabajo del PP, reconvertida en consejera de Antonio Garamendi. En Madrid han sabido cuadrar el círculo.

Casi un milagro que, como en todos los pactos entre intereses contrapuestos, tiene incoherencias y contradicciones, pero que consolida el diálogo social y cumple una condición clave del plan de regeneración europeo para desembolsar los 140.000 millones asignados a España. Un pacto que une a sindicatos y a patronal y a sensibilidades tan distantes como Yolanda Díaz y Unai Sordo (IU y CCOO) hasta Garamendi y Fátima Báñez (CEOE y PP) era todo menos fácil. Los observadores más agudos lo creían quimérico. Al final, Sánchez puede haber logrado su gran apuesta.

Solo puede. Porque el diablo está en los detalles y ahora los aliados tradicionales del Gobierno Frankenstein (ERC, PNV y Bildu) dicen que no votarán su convalidación en el Congreso el próximo jueves. El círculo puede descuadrarse y si se rompe la mayoría de izquierdas (ya averiada) y además el decreto ley de reforma laboral muerde el polvo, el gran éxito puede transmutarse en gran desastre. O incluso en algo peor.

¿Qué pasa? El PNV pone obstáculos. En Euskadi los sindicatos nacionalistas pesan más que UGT y CCOO y quiere además la primacía de los convenios autonómicos, pero el PNV va al grano y está por el modelo europeo. Todo puede acabar mal, pero también en una abstención, o incluso en voto positivo. El problema grave es que ha surgido un ibérico (no palestino) Frente del Rechazo, formado por Bildu, ERC, la CUP y el Bloque Gallego, que es ideológico. No solo exige cambiar el pacto sino dar lecciones a UGT y CCOO sobre cómo defender los derechos de la clase obrera. Y la gran dificultad es que el pacto está tan zurcido que ha devenido algo así como un frágil y antiguo jarrón chino que se descompone por el tacto. La CEOE (Garamendi ya tiene serios miarramiaus) no puede tragar más cesiones. 

El Frente del Rechazo lo sabe e implícitamente su no a la reforma laboral es un no al delicado consenso entre un Gobierno de izquierdas (frentepopulista dicen algunos) con la derecha económica. Le dicen a Sánchez que sus votos exigen que los empresarios queden contra la pared. Que rabien, aunque no inviertan… 

¿Cómo acabará todo? Que el Gobierno, tras algunos mercadeos, convenza a sus tres aliados del PNV, ERC y Bildu parece muy improbable. El PNV puede negociar, Bildu no y ERC solo Dios lo sabe.

El Frente del Rechazo de Bildu (guiño a los sindicatos vascos y encabronar al PNV), de la CUP y del BNG se entiende. Son anticapitalistas y están contra el modelo europeo. El de ERC, no. Junqueras dice: «Estoy independentista, soy socialdemócrata». Pero ERC puede necesitar psicológicamente propinar una bofetada al PSOE. No es solo el verbo de Rufián, ha reaparecido Marta Rovira desde Ginebra situándose a la izquierda de UGT y CCOO.

Aunque el PNV no vote a favor y ERC lo haga en contra, el Gobierno aún puede convalidar el decreto con sus 154 votos más los 4 del PDECat, más los 9 de Cs, movidos por la patronal y que quieren marcar línea propia. Son 167. Y a ellos se sumarían dos votos canarios, el de Teruel Existe y el PRC (Cantabria). Estamos en 171. Y para ganar (la mayoría absoluta son 176, pero solo necesitan más votos a favor que en contra) todavía quedan los votos (o las abstenciones) de Errrejón (2), Compromís (1), Navarra Suma (2) -si la CEOE trabaja- y el PNV (6). 

La suma, supercomplicada, puede salir, aunque a Podemos y a Belarra les costaría mucho digerirla. Pero si ERC sigue en el no, la alternativa es: reforma laboral con Cs (y antes la CEOE), o morir en el asunto estrella de la legislatura ejecutados por el PP, ERC, Vox, Puigdemont, Bildu y alguno más.

Querer gobernar, o deslizarse por lo que Lenin calificó como «la enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo». Esa es la cuestión.