En Irak no había armas de destrucción masiva. Pero en el supuesto de que las había se justificó una guerra. Y la guerra acabó mal, como todas las guerras. Más allá de sus consecuencias quedó un rastro de mucho mayor alcance: el descrédito de la argumentación política de la llamada ‘comunidad internacional’. Desde entonces, si no desde antes, la clase política al más alto nivel de los Estados no es de fiar. 

De aquella engañifa se salvó en su día, en lo que se refiere a España, el PSOE, un partido que desde el principio enarboló la pancarta del ‘No a la guerra’, rectificando su contribución a la primera de Irak con los Soldados del amor de Marta Sánchez. Y el ardor guerrero del PP fue castigado entonces con un gran batacazo electoral que tuvo su consecuencia originaria en la voluntad de Aznar de poner los pies sobre la mesa a lo John Wayne. 

Una lección que debió aprenderse entonces, más allá de lo referido a las guerras, es que no deben emprenderse actuaciones políticas de cualquier tipo con argumentos averiados, pues al final se produce el efecto boomerang contra quienes las ingenian. Ejemplo, la moción de censura en el ayuntamiento de Murcia.

Tal vez al lector le resulte incómoda esta comparación, y soy consciente de la hipérbole, pero admitiendo la enormísima distancia entre un hecho y otro, hay una similitud de fondo en lo referido a la formulación política que sirve de pretexto tanto a aquella intervención internacional (Irak dispone de armas de destrucción masiva) y la muy doméstica moción del PSOE y Cs para desplazar al PP del gobierno municipal de Murcia, y es que el alcalde José Ballesta desempeñaba su función mediante la corrupción masiva. Ni una cosa ni otra estaban probadas cuando se tomaron las decisiones preventivas con el pretexto de que lo que se suponía por los respectivos adversarios era cierto. No hago comparaciones extravagantes, sino que reflejo la identidad de método a diferente escala para cuestiones evidentemente distintas. En este ámbito, ninguna lección aprendida, pues. 

Una ‘percha’ averiada. Una moción de censura es tan legítima como posible cuando los partidos coaligados para llevarla a cabo suman más votos que los que hasta ese momento mantienen el gobierno. Pero es cierto que ante la opinión pública se precisa de lo que se llama ‘una percha’, un formulario que justifique que lo que no se produjo al principio del mandato se pretende enmendar después. ¿Qué ha cambiado desde entonces? ¿Qué motivó a Cs a apoyar al PP cuando tras las elecciones pudo hacerlo al PSOE, tal y como decidió rectificar al cabo de dos años? Para responder a esa pregunta, en el caso de la capital murciana fue preciso arrimar sospechas sobre corrupción en la gestión de Ballesta, y era necesario ir más allá de la difusión del runrún, de modo que inundaron de papeles la Fiscalía. Las simples denuncias por ellos mismos activadas se convertían en hechos incontrovertibles. Y no tuvieron paciencia para esperar a que la Justicia dictaminara, porque ya se sabe que ésta es lenta, y más lenta aún para quienes sufren de ansiedad incontrolada. Al menos, Pedro Sánchez esperó a que existiera una sentencia firme contra el PP para armar la coalición parlamentaria que lo llevó a la presidencia del Gobierno. Pero aquí tiraron por el camino de enmedio. Justificaron la moción de censura en dar por hecho que el PP se desempeñaba en el gobierno de la ciudad con artes corruptas. Ganaron la moción, y después la Fiscalía archivó todo el paquete de denuncias sin tener necesidad siquiera de abrir instrucción, pedir comparecencias o solicitar información añadida. Carpetazo.  

LEGITIMIDAD DESLEGITIMADA. El problema ahora no es que PSOE y Cs gobiernen tras desplazar al PP, pues si dos y dos suman cuatro, están en su derecho de hacerlo, y lo que nos preguntamos es por qué no lo hicieron tras las elecciones, cuando Arrimadas anunció en la campaña electoral, ante la fachada de la Catedral de Murcia, que ya estaba bien de que gobernaran los mismos durante décadas. El problema es que justificaron la moción de censura en la existencia de un estado de corrupción masiva que la Justicia no ha podido detectar tras examinar los supuestos indicios aportados, cada uno a su manera, por PSOE y Cs. 

El alcalde socialista, José Antonio Serrano, ni siquiera tuvo contención en la sesión plenaria en que fue investido, y tal vez porque todavía no estaba instruido sobre las convenciones institucionales, hizo un discurso que ahora le compromete. En vez de conformarse con que el portavoz de su partido, Enrique Lorca, representara el papel de perro de presa que corresponde a los subalternos en los debates institucionales, se empeñó en acentuar la corrupción del gobierno municipal saliente como causa de que él se situara al quite. Dado que confiaron a la Fiscalía las denuncias que motivaban su acceso al gobierno, una vez que ésta no ha detectado faltas en la gestión anterior, algo tan legítimo como una moción de censura queda deslegitimado por los argumentos que la propiciaron. 

Sin duda esta es la causa de que hayan ocultado de manera ostensible la decisión de la Fiscalía que les fue oficialmente comunicada hace meses y que ahora dicen haber desconocido, lo que añade una mentira evidente a su improvisación política anterior. Obsérvese que a efectos de método, la comparación, metafórica si se quiere, con que se inicia este artículo es todavía más visible: la inexistencia del pretexto con que se inició la intervención de Irak obligó a los agentes que la inspiraron a mantener mentiras sobre mentiras en una espiral que finalmente resultó patética. La ocultación del archivo de las denuncias en Murcia refleja la consciencia propia de que la moción de censura no estaba motivada. Al menos, no estaba motivada por el discurso con que fue expresada cuando tal vez existían tantos otros para promoverla, incluido el ya señalado de que dos y dos son cuatro (PSOE y Cs sumaban), sin más alambiques.

PRETEXTOS SOBREVENIDOS. El portavoz socialista, Lorca, ha añadido ahora una ristra de nuevos pretextos para la moción, conocidos por el nuevo gobierno una vez éste tomó las riendas, es decir, no pudieron ser causa motriz: facturas sin pagar, dilación en los compromisos adquiridos, deudas imprevistas y hasta consecuencias derivadas de la gestión del exalcalde Cámara, años ha, con los convenios urbanísticos... La herencia recibida, en fin, algo que es propio de señalar por los partidos que sustituyen a otros en la gobernación, y más si lo hacen antes de la rendición de cuentas del final del periodo de los cuatro años correspondientes; es lógico que cuando se interrumpe una gestión, temporalmente a medias, haya montañas de asuntos pendientes de entre los que se llevan sobre la marcha. Pero a los socialistas se les olvida también que el responsable de los pagos municipales es su propio socio de gobierno, que lo era del PP en los cuatro años del anterior mandato y en los dos primeros de éste: Mario Gómez, portavoz de Cs, quien cada vez que es advertido de su mala gestión en ese aspecto tiene por costumbre trasladar a los funcionarios la responsabilidad de las incidencias. No es extraño, pues, que muchos empleados públicos del edificio Titanic donde el de Ciudadanos asienta sus reales se deslengüen a la hora del desayuno en las cafeterías colindantes haciendo relato de su antipatía ante oídos involuntarios.

El caso es que a la vista de que ha fallado el motivo principal de la moción, ahora se buscan nuevos pretextos, mejor o peor traídos, pero en todo caso ausentes del debate cuando se produjo la iniciativa para la sustitución. El callejón político en que se encuentra el PSOE, insisto, no es el de la legitimidad de la moción que lo llevó al poder en la capital regional, pues esto estaba en su mano desde el momento en que fue capaz de sumar votos con Cs, sino en la ‘percha’ en que justificó su acceso, que no ha encontrado respaldo en las denuncias ante la Fiscalía. 

A RESGUARDO DE LAS SIRENAS. En este punto, hay algo que podría resultar gracioso hasta cierto punto. El activista principal de la anticorrupción, el socio Mario Gómez, es un señor que antes de la moción de censura se encerró en un hotel de Madrid con los tres miembros de su grupo municipal con el propósito público de que a ninguno de ellos les alcanzaran las supuestas presiones del PP para intentar disuadirlos de su proyecto de coalición con el PSOE. Un gesto similar al de Ulises cuando pidió a su tripulación que lo ataran al mástil de la nave para que pudiera resistirse al fascinante canto de las sirenas. Quien necesita aislarse para no ser corrompido está declarando en la práctica que es corrompible. Mejor estrategia habría sido quedarse en casa y ponerse a tiro de cualquier insinuación para poder denunciarla, y de este modo presentar alguna prueba de la corrupción popular municipal en vez de transmitir la posible vulnerabilidad propia ante cualquier supuesto intento de ser corrompido.

¿QUÉ FUE DE LOS MALETINES? La vaciedad argumentativa sobre la corrupción, a los efectos que deducimos de la reacción en los estamentos de la Justicia, todavía adquiere mayor contraste si recuperamos la imagen del entonces líder del PSOE, Diego Conesa, gesticulando, con aires que no le iban a su personalidad equilibrada, desde la tribuna de la Asamblea Regional, y proclamando: «¡Maletines en La Glorieta! Sí, señoras y señores diputados: ¡Maletines en La Glorieta!». ¿Dónde están, al cabo, esos maletines? Parece mentira que quienes suelen exigir rigor a otras instancias, como la prensa, o se quejan razonablemente de alusiones envenenadas de sus adversarios contra ellos, sean capaces de despendolarse tan alegremente en acusaciones basadas en intuiciones o en deseos de que los prejuicios confirmen la existencia de escenarios que, sin esfuerzos programáticos, los conduzcan por defecto al favor popular. 

La crítica política dispone de un espacio tan amplio que no es preciso recurrir a supuestos ni fantasías sin fundamento para colocar mensajes alternativos y denunciar incompetencias ajenas. En el municipio de Murcia, capital de la Región, esto es muy evidente, antes con el PP y ahora con el PSOE. Precipitarse en armar presuntos estados de corrupción que, a la corta o a la larga, pueden ser desactivados por los mismos estamentos a que se recurre como árbitros objetivos de la situación, puede acarrear la consecuencia de que la realidad te estalle en la cara. En Irak no había armas de destrucción masiva por mucho que fuera hasta posible que las hubiera. 

El PSOE debiera entender de una vez que su regreso al poder ha de conseguirlo por méritos propios, y a ello debe emplearse en vez de dar rodeos sin causa por los estamentos judiciales, a los que ni siquiera presta acuse de recibo.