Cuando hace unos días me referí en el artículo publicado en La OpiniÓn, Lealtad y Libertad, al encuentro entre Isabel Díaz Ayuso y el secretario general del PP en el hotel Ritz de Madrid, adelanté que los desmanes del alcalde, Almeida, a la hora de pactar los presupuestos, y del ministro, Garzón, arremetiendo contra la carne española, habían propiciado, respectivamente, la orfandad de Génova para un candidato alternativo a Díaz Ayuso y la caída en picado del Gobierno de Pedro Sánchez.

El conflicto entre el PP y la presidenta madrileña venia preocupando hondamente al electorado de centro derecha y repercutido muy negativamente en las encuestas electorales desde hacía meses.

Se equivocaron quienes vaticinaron que la controversia acabaría como la tragedia de Shakespeare. Erraron quienes, de buena o mala fe, confundieron a Casado con Otelo y a Isabel con Desdémona. Ni Casado matará a Desdémona, ni se suicidara a continuación. Ni Casado es Otelo, ni Díaz Ayuso Desdémona.

Si ha habido o no sospechas o dudas entre ambos nunca lo sabremos. Las imaginaria celopatia se ha disipado, lo cual es muy positivo, porque, parafraseando a Michel Montaigne, «los celos son, de todas las enfermedades del espíritu, aquella a la cual más cosas sirven de alimento y ninguna de remedio».

Si en lo que pudo ser una tragedia han participado, como en la obra que titula este artículo, otros personajes, como Yago, capaz de sugerir infidelidades, tampoco lo conoceremos. Ni sabremos si ha habido tolerancia o sumisión en el acuerdo, pero todo hace pensar que lo que realmente existe es lo importante, unión.

En la otra parte del teatro político nacional también hay sus semejanzas, pero el desarrollo de los intérpretes políticos de la izquierda sigue una camino inverso al PP, pasando de un Gobierno de coalición a un Gobierno en descomposición.

Si Platón resucitara en este momento para escribir su alegoría sobre el mito de la caverna, situaría sin lugar a dudas a Pedro Sánchez como personaje central de sus enseñanzas pedagógico-filosóficas.

Sánchez acertó a salir victorioso de la caverna del PSOE donde habitaba envuelto en sombras; sin embargo, su experiencia en el exterior de ese sótano ha sido tan nefasta, como presidente del Gobierno, que no volverá a la caverna si no para nunca más abandonarla.

Ha perseguido con ahínco la transformación de la sociedad española, absolutamente tolerante, cuyo principal texto integrador fue la Ley de Amnistia, que selló la Transición Española del 78, con una pérfida actitud revisionista a través de la Ley de Memoria Democrática, negociando indultos a asesinos de ETA o manoseando la unidad constitucional de España con los independentistas catalanes que, definitivamente, solo ha conseguido enfrentar a los españoles.

Cuánta distancia democrática existe entre lo que acabo de exponer y las palabras pronunciadas por Marcelino Camacho en el Congreso de los Diputados el 14 de octubre de 1977, con motivo del debate de la Ley de Amnistía: «Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores».

Dispuso nuestro presidente un Gobierno de coalición con aquellos de los que dijo le producirían insomnio de noche, para vivir con ellos, como se viene demostrando, una pesadilla cada día. Lo sabe, y cautivo de su propia caverna lo consiente y los defiende intentando persuadir al ciudadano de la bondad de sus erróneas decisiones.

Las pretensiones del presidente del Gobierno, de sus coaligados podemitas y colaboradores de ERC y Bildu, son tan inútiles como pretender convencer a los españoles de que el muro de Berlín se construyó para evitar las multitudes de personas que querían atravesarlo para disfrutar del paraíso comunista de la URSS.

En esa encrucijada sin salida, tras las próximas elecciones, Pedro Sánchez volverá prisionero a la caverna de Platón,salvo que otros pretendan emular la tragedia de Shakespeare.